III

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Como de costumbre, me levanté temprano para ir a trabajar. Me puse el uniforme y me dispuse a salir para comprar algo de comer.

Mientras andaba por la calle, sentía que mi presencia incomodaba al resto de las personas. Me observaban como si fuera un ser despreciable, poco merecedor de estar entre ellos. Los alimentos que me vendieron, eran de los más podridos del estante y la atención que me brindaron se semejaba a la que recibe un mendigo cuando pide limosna. Era tanta la inseguridad que me causaba estar rodeado de miradas acusadoras que decidí no ir al trabajo y retornar para mi casa.

Cuando abrí la puerta, me dirigí hacia el guardarropa, acomodé mi hoz junto a mi capucha negra y me dije: que importa lo que la gente piense de la muerte.

Horrores y sonrrisas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora