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Navier caminaba de un lado a otro, claramente nerviosa

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Navier caminaba de un lado a otro, claramente nerviosa. Esa misma noche recibiría al príncipe Claude en sus aposentos. Cada vez que el rostro de su concubino aparecía en su mente, no podía evitar sonrojarse.

—Su majestad, por favor cálmese. —habló Eliza, la dama de compañía de la emperatriz. Ver a su señora caminar de un lado a otro hacia que ella también se enerve. — ¿Quiere que le traiga un poco de té?

—No, gracias Eliza. —Navier se sentó en un cómodo sillón. —Puedes retirarte.

—Que tenga una buena noche, majestad. —se inclinó la dama para luego salir de los aposentos, dejándola sola.

Navier miró el espejo que no estaba muy lejos de donde se encontraba. Se veía normal, sin embargo no podía evitar pensar en que había alguna imperfección en ella. Suspiró, ese tipo de comportamiento no era normal en ella, ¿qué le estaba sucediendo? Un príncipe era capaz de hacer que su corazón se acelere y que sus mejillas se tiñan de carmesí, ni siquiera su esposo era capaz de eso.

Salió de sus pensamientos al escuchar el suave golpe de nudillos en la puerta. Se miró por una última vez en el espejo y suspiró.

—Adelante.

—Su majestad. —reverenció Claude.

Navier miró al príncipe que hacía de su pecho un mar de emociones. Él llevaba una bata blanca, pero aun así con tan solo eso se veía bello.

—Majestad. —el príncipe tomó la mano de la emperatriz y la besó. — ¿Me permite tocarla? No quiero hacer nada sin su consentimiento.

Navier se sonrojó, nunca antes Sovieshu le había pedido permiso para tocarla. Él simplemente lo hacía y ella no se negaba, después de todo había sido educada para complacer a su esposo, incluso si ella no estaba de acuerdo.

—Puedes hacerlo. —susurró.

Claude sonrió, se levantó del suelo y besó a la emperatriz. Besó esos labios que tanto había deseado besar. Cuando el príncipe se separó de Navier, él besó su mejilla y luego fue bajando por su cuello.

Navier suspiró al sentir las caricias de Claude, colocó sus brazos en el cuello de su amante. Se sobresaltó al sentir como él la alzaba y la llevaba hacia la cama.

—Creo que estará mucho más cómoda en su cama que en el sillón. Aunque si usted desea estar allí, yo no tengo problema.

— ¡Aquí está bien! —exclamó, Claude sabía cómo ponerla nerviosa.

Claude sonrió para luego apoyarla en la cama y besarla nuevamente. Sus manos se movían lentamente, como apreciando una obra de arte, como si tocarla con rudeza la hiciera desaparecer.

—Es tan hermosa. —susurró y todas las dudas que estaban en la mente de Navier desaparecieron. —Sus ojos resplandecen.

—Usted también príncipe. —Claude tomó la mano de la emperatriz y la llevó a su mejilla.

¡𝑴𝒂𝒋𝒆𝒔𝒕𝒂𝒅 𝒅𝒆́𝒋𝒆𝒎𝒆 𝒂𝒎𝒂𝒓𝒍𝒂!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora