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Bastión de tormentas, casa ancestral de los Baratheon, después de un ajetreado viaje esa tarde se encontraba nublado. Miles de lores de todos los reinos habían llegado al castillo para el día tan esperado por su hermana. En realidad, por su padre y todo el consejo. Menos para la platinada menor.
El cortejo real de la princesa Rhaenyra Targaryen, la delicia del reino, la pequeña joya de la corona, como era mayormente conocida por todos los habitantes de Westeros.
Mientras su hermana era atosigada por los lores en la Casa Baratheon, a Rhaenya que le prohibieron ir con su hermana, estaba sentada en el jardín escondido mientras miraba entretenida a Braylon Stark dar vueltas por toda la extensión de la tierra mientras que sostenía con fuerza la empuñadura de su espada atada a la cinturilla de su cinturón.
Era más que obvio que estaba fuera de sí, molesto, frustrado, inquieto y celoso, sumamente celoso por todos los lores que debían estar atosigando y coqueteando con la princesa Rhaenyra.
Murmuraba de vez en cuando palabras que no eran tangibles para la princesa, hacía casi una hora que se encontraba dando vueltas consecutivamente desde que le avisaron que la princesa Rhaenyra partiría a la primera hora de la mañana. Con el buen tiempo que hacía ella ya debía estar ahí ahora mismo.
