Capítulo 10

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Ahora que podía observarlo bien, tenía un traje azul oscuro y una sonrisa tan radiante

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Ahora que podía observarlo bien, tenía un traje azul oscuro y una sonrisa tan radiante...

Me sentía extraña, ignoraba el dolor de cabeza y al verlo de frente ya no asustaba.

Se sentía bien.

Podía ver al hombre más terrorífico del mundo a los ojos y no tenía miedo. Toma un control remoto y después de pulsar algunos botones suena algo de música clásica por toda la habitación.

—¿Creías que íbamos a coger? —Ríe y sin quererlo lo hago yo también.

—Tu dueño tiene cosas que hacer.
—Mueve sus manos al ritmo de la música mientras se pasea por la habitación y toma algunas bolsas dejándolas sobre la cama.

—¿Qué son? —Pregunto con tranquilidad, no sé qué mierda me había dado, pero quería estar así siempre, necesitaba estarlo...

—No vas a ser mi puta vestida de esa forma, es... corriente. —Se sienta en uno de sus sillones y toma un libro. —Date un baño, y vistete.

—¿Iremos a algún lado? —Hago una última pregunta.

pregunta y el aparta un poco aquel libro de su vista.

—Date un baño y vístete. —Repite con esa voz gruesa y firme que hace temblar.

Estaba algo aturdida pero más eufórica que otra cosa, había pasado de sentir dolor y tristeza a sentir algo de ¿felicidad?

Esas eran las perlas de la felicidad.
Su ducha era inmensa también, todo era demasiado diferente a la habitación en la que había estado todas estas semanas.

Con una sonrisa en mis labios pasaba un gel que había en su baño por mi piel, era de vainilla y olía delicioso.

¿Quién iba a pensar que el hijo de puta mayor olía a vainilla?

Me tardaba un poco, estaba disfrutándolo bastante, aunque luego salía envuelta en una toalla negra con sus iniciales.

Mi pelo estaba húmedo y goteaba un poco por lo que pasaba aquella toalla por mi cuerpo antes, y luego salía con el envuelto en ella.

El vuelve a levantar su mirada a mi cuerpo y cerraba el libro para dejarlo sobre su pierna.

—¿Lo estás disfrutando? —Pregunta.

—¿Puedo tener más? —Señalo el cajón de donde había sacado las perlas antes.

Temía que el efecto pasara y volver a sentir aquella tristeza profunda que sabía que esperaba por mí.

—No venus, esos no son dulces. —Se levanta, dejando el libro con cuidado sobre una pequeña mesa redonda.

—Tengo miedo, de que el efecto... pase. —Le confieso tal cual.

—¿Y? —Eleva su ceja y cruza sus brazos.

—Solo así podría soportarlo a usted. —Aquellas perlas extrañamente me hacían ser tal vez demasiado expresiva.

La meretriz de los Shaw © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora