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Emma creía y esperaba muchas cosas de la vida, pero entre todas esas nunca imaginó que Manjiro se metería a su habitación a hacerle un desorden después de una pregunta directa.

—¿Qué te gusta de Kenchin?— jamás tenía pelos en la lengua.

—¿Qué?—el labial rosa pintó fuera de su boca. Emma se quedó consternada, molesta por haber arruinado su maquillaje.— Mira lo que hice por tu culpa— encaró a su hermano.

—¿Yo?— frunció las cejas— Más bien tú, yo solo te hice una pregunta.

—Pues para qué me haces esa pregunta— cortó la charla. La respuesta era larga, y seguramente su hermano tenía una doble intención en su curiosidad; ella no se fiaba de que Manjiro sea una tumba, lo veía capaz de revelar secretos—. ¿Por qué te interesa saber?— no iba a quedarse con la intriga.

Mikey se tumbó en la cama de sábanas rosas, robó uno de los peluches que estaban amontonados contra la cabecera solo para acurrucarlo en su pecho, fingía que era un gato y su ronroneo mental le daba paz. En los últimos días fue testigo y víctima de emociones extrañas, anormales. Para el resto pasaba desapercibido porque ocultaba bastante bien sus estados de ánimo, los nuevos, aunque en otras ocasiones era muy transparente.

—¿Mikey?— se acercó tímida— ¿Qué tienes, te sientes mal?

—Solo dime, que te gusta de Kenchin— repitió. Su hermana estaba enamorada, él solo quería saber los síntomas de ese mal —O por qué te gusta tanto.

—Porque es Kenchin— resumió cabizbaja y con sonrisa nostálgica. La atracción escaló al amor, actualmente no eran novios oficiales, pero tenían momentos románticos.

Ken protegía y acompañaba a Emma las veces que ella quisiera. Era caballeroso, gentil, era mil cosas. El simple hecho de existir lograba hacer que el corazón de la chica fuese una máquina loca, que incluso así, no le movía el mundo como un terremoto, todo lo contrario, pues Ken le daba estabilidad y le recordaba a Emma que estaban en el momento correcto para estar juntos.

—Pero por qué te gusta...—no convencido con la breve respuesta, se volteó hacia la rubia recostada a su lado, ella mirando el techo.—Está medio calvo y es gruñón, ¿por qué te gusta?

—Por cómo es y porque sí— medio harta de la insistencia soltó un bufido— Son muchas cosas que me gustan de él, y a todo esto, ¿por qué preguntas tanto?

—Solo quiero saber— justificó con sencillez. 

—Siento que estás ocultando algo— comenzó a sospechar, a recordar los eventos recientes— Déjame adivinar, ¿es por lo de tu admirador secreto?

—No.

—¿Y al menos ya descubriste quién es?—indagó.

—Al parecer fue Chifuyu—  todavía recordaba el gran pánico y nerviosismo del chico cuando lo interceptó, sabía de antemano que su amigo Kazutora gustaba de Chifuyu, así que no le daría seguimiento  a sus palabras sobre la cita que propuso.

—¡Lo sabía! si es que se veía tan nervioso, ya decía yo que sería imposible que otra persona las enviara.

—Fue Chifuyu el que te las dio a ti para que luego me las dieras a mí...— usaba sus manos para exagerar el meollo del asunto— Pero el principal detrás del ramo, era Baji.

—Ah...Baji...¡¿BAJI?! — criticó la mala broma. Ni bien analizó el apellido, perdió la fé— Mientes, fue Chifuyu.

—No, fue Baji.

—¡¿Por qué Baji te enviaría flores?!— se apresuró en sentarse, alterada.—Por favor, Baji no es ese tipo de personas.

—Yo le gusto, es obvio.

Los que se pelean se gustanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora