Prólogo

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La luz de la luna fue guiándolo hacia el jardín del patio trasero. Todavía vestía su traje azul y las zapatillas blancas que compró para la ocasión de esa noche. Un desastre. Toda esa noche fue un desastre.

No le importaba que las zapatillas se ensuciaron con la tierra cuando se sentó entre los agapantos sin florecer. Abrazo sus rodillas, contra el pecho, apoyando el mentón sobre estas. Con ojos lagrimosos, preguntando cuál fue el error para merecer una humillación de tal magnitud. Si es que hubiera un error. Pues nunca le había pasado subir al escenario y quedarse paralizado por la gente y las luces que cegaron sus ojos. Solo llegó a ver las caras de decepción de su padre, el enojo de su madre y la confusión de su hermana Telma junto a su esposo. Tal vez si el abuelo hubiera ido se habría sentido como ellos, sin duda alguna.

Bajo la tenue luz de la noche, se abrazó tembloroso, con la boca abierta hacia abajo como intentando recuperar todo el aire que había perdido. Nunca le había pasado eso. ¿Por qué justo tenía que haber sido esa noche?

Las ideas lo atormentaron por un rato más hasta que, como una flecha al viento, vibró el primer acorde. Se paralizó de inmediato, sin atreverse a respirar como si un animal salvaje estuviera en acecho. De repente todo su alrededor se convirtió en música, en una melodía auténtica y desgarradora, proveniente de un violín. Él tenía muchos años estudiando como para reconocerlo. Pero no la fuerza para levantarse y descubrir quién era el atrevido en interrumpir su momento de angustia.

Endureció los brazos contra su propio cuerpo, casi protegiéndose del frío. Sin embargo, aflojaba en intervalos de segundos para escuchar con atención las crueles notas.

Esa noche la música parecía querer destruirlo, de alguna manera.

Al fin, levantó la cabeza para observar el cielo. Estaba apenas nublado, dejando en vista a algunas estrellas espectadoras las lágrimas que corrían por sus mejillas. Sin soportarlo más, hizo ruido con la nariz sin darse cuenta de que esto provocó que el violín dejará de sonar repentinamente.

—¿Por qué lloras?

El chico abrió los ojos más grandes y miró, de inmediato, hacia arriba de un balcón donde yacía parado otro chico, casi de su misma edad, quien lo veía con curiosidad y el violín todavía en su hombro. Estaba sin palabras. Era casi imposible que el otro lo hubiese escuchado mientras tocaba un instrumento cerca de sus propios oídos. Tendría que tener una audición admirable.

Como no pudo responder a su pregunta, y estaba bastante avergonzado por ser descubierto, sacudió la cabeza y la bajó otra vez hacia la tierra. Deseaba que la misma lo tragara en ese momento.

Pasó un buen rato antes de que pudiera escuchar otra vez la voz de aquel chico quien suspiró mientras decía:

—No es asunto mío, pero vas a enfermarte si seguís ahí. O te picara un bicho ¿Quién sabe?

—¿Qué importa....? —murmuró él, volviendo a sorber por la nariz y secándose la cara con una de las mangas del saco. Como habló tan bajo, miró otra vez en dirección del chico, elevando la voz y frunciendo el ceño— No deberías meterte ni tocar a estas horas de la noche.

—El propietario me dio permiso para tocar a estas horas de la noche. —le respondió el violinista con expresión serena— Y me meto porque tengo un espectador llorando en medio de las plantas.

—¡No es asunto tuyo! Ni tampoco estaba oyéndote.

—No toco gratis.

—¡Qué no estaba oyendo!

—¡Shh! —el violinista llevó un dedo hacia su boca que se curvo en una pequeña sonrisa burlona— Vas a despertar a los vecinos con tus gritos.

—Como si tú no estuvieras haciendo ruido. —ardió en rabia por la actitud del chico.

La noche en que florecieron acordes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora