Era fin de semana. Nathan se despertó pasado el horario del mediodía. Le costó mucho tiempo decidir si levantarse o no. Pero al ver por un pequeño espacio de la cortina, no pudo evitar salir fuera de la cama para acercarse a la ventana. ¡Estaba nevando! Con una sonrisa gigante, fue a cambiarse de ropa, abrigándose hasta la cabeza y en media hora ya estuvo corriendo hacia el departamento. Apenas Eliel le abrió, exclamó:
—¡Nieve! Eliel ¡Está nevando, vamos!
—¿Qué? —Eliel no pareció a gusto— Ni en pedo salgo.
Y se dio la vuelta. Pero Nathan lo tomó del brazo para jalarlo fuera del departamento sin olvidar en descolgarle el abrigo. Lo arrastró a metros de la parada, donde yacía un pequeño parque poco concurrido. No le importó que el violinista se estuviera quejando durante todo el trayecto. Apenas estuvieron en el lugar, Nathan lo soltó y se puso en cuclillas para juntar nieve entre sus manos. Eliel solo observaba.
—Odio el frío. —se quejó para recordarle al otro. Pero al ver una bola de nieve en la mano de Nathan, se puso a la defensiva— ¡Ni se te ocurra hacer lo que creo que vas a hacer!
—¿Qué crees que voy a hacer? —preguntó divertido Nathan, en posición.
—Nathan, hablo en serio. Si me llegas a tirar eso, vas a...
No llegó a terminar su advertencia porque un montón de nieve le heló el rostro. Las carcajadas de Nathan se hicieron oír por todo el lugar.
—Ah, así quedamos. —murmuró Eliel, agachándose rápido.
—Ay, no. —Nathan se dio cuenta de la intención del otro y se giró para correr. Pero terminó resbalando y cayendo de espaldas en un colchón de nieve.
Era el turno de Eliel en reírse.
Jugaron en el parque por un buen rato, como dos niños pequeños. Hasta que la helada ya no pudo soportarse y la hora del almuerzo se aproximaba. Eliel le propuso a Nathan en ir al departamento y este aceptó sin vueltas.
Se sintió un poco invasivo al principio, pero después de colgar los abrigos y saber que estaban solos, lo tranquilizó.
O mejor, se escandalizó. Porque de repente sus manos que se suponían estaban heladas, ya le sudaban y temblaban ligeramente. Seguía con la mirada puesta en los pasos de Eliel que se ubicó en la pequeña cocina y lo invitaba a acercarse. Mientras calentaba una sopa en una cacerola. Luego corrió la vista para ver un momento el balcón que daba a su ventana. Y a un mueble donde descansaba el violín junto a una tableta. Se dirigió tímido a Eliel, por la curiosidad.
—¿Te grabas cuando tocas?
Eliel no apartó la vista de lo que hacía, pero respondió:
—Solo grabo cuando la melodía me gusta. Por lo general, es muy poco.
—¿Te exiges tanto?
—Si no lo hago, no llegaré a ser el mejor. —sonrió Eliel, revolviendo la comida— Soy un perfeccionista en la música. Decido sin atajos. Cobarde para otras cosas.
—¿No es normal ser cobarde?
Eliel levantó la cabeza, sin dejar de sonreír. Pero a Nathan no le pareció tan sincero ese gesto.
—Solo digo que me gustaría no ser cobarde en ciertas cosas.
—Bueno. —intentó animarlo Nathan— Todos tenemos un punto débil.
—Supongo que sí.
Incómodo, Nathan ya no supo qué más decir. El olor de lo que cocinaba Eliel lo hizo despabilar y se deslizó por la cocina para ponerse a su lado. Aprovechando eso, Eliel le pidió que sacara dos tazas grandes de la despensa y se las acerqué. Nathan obedeció. Eliel virtió la sopa en ambas tazas. Era espesa y olía a zapallo. Las puso sobre una bandeja donde cortó unas rodajas de pan y antes de tomarla, Nathan se ofreció en llevarlas hasta la sala, como le señaló también Eliel. Allí había un pequeño sofá y una mesa chica frente a un televisor.
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La noche en que florecieron acordes.
Teen FictionDesconsolado por perder una competencia de piano, Nathan Lynch siente que todo a su alrededor pierde su sentido. Sin embargo, al conocer a Eliel Ramos, un violinista que vive al lado de su casa, conoce otro tipo de música que lo inquieta aún más. El...