Capítulo 9 - "Ottawa II" (Parte 3)

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—Se acabó... —comenzó Kourtney—. Este es el fin.

En ese momento, el grupo se encontraba en un camión del ejército, rumbo a Ottawa. Dejando atrás a todo Whitebridge Creek. A su hogar.

Henderson miró a la coja a través del retrovisor.

—Entiendo lo duro que deber de haber sido para vosotros recibir un golpe así, pero, igualmente, Whitebridge Creek ya estaba perdida —intervino—. Ahora debemos centrarnos en una cuestión más importante, la cura.

Henderson les había estado hablando acerca del señor Joy minutos antes de partir hacia Ottawa, antes de que su pueblo fuese completamente destruido. Les contó que él era el cabecilla de toda la investigación, pero que no conocía el resto de información que consideraban necesaria saber. El grupo de amigos asimiló aquel dato, pero desconocían si Jennifer estaba al tanto. Los walkies habían dejado de dar señal y ya no tenían forma de comunicarse con el grupo Alpha.

Tras varias horas de trayecto, y ya llegando a las afueras de Ottawa, el grupo Beta, junto con Henderson y García, llegaron a una pequeña gasolinera; apenas les quedaba combustible.

—Quedaos aquí —indicó el comandante bajando del vehículo de un salto—. Volveremos en cinco minutos.

Todos asintieron.

Poco después, se empezó a escuchar un pequeño traqueteo en la parte trasera del vehículo. Parecía que alguien la estuviese golpeando.

Magus iba a asomarse cuando una figura humana se abalanzó hacia la parte delantera del camión.

—Cú-cu —pronunció un extraño hombre encapuchado. A este le siguió otro par más de individuos, igualmente encapuchados—. Vosotros os venís conmigo.

Quién sabe cuándo...
Despertaron y trataron de moverse, en vano; estaban atados de pies y manos, sobre un suelo helado, probablemente de piedra. A oscuras, sin ver nada, sin ruido alguno más que el de sus propias tripas rogando por conseguir algo de comida.

A Henderson le dolía la cabeza. ¿Dónde mierda estaban? Se giró y divisó varias figuras, echadas en el suelo al igual que él, y atadas a unos barrotes metálicos. Probablemente serían García y los chicos que habían recogido el día anterior.

—Bienvenidos a la casa de los horrores —musitó una voz radiofónica.

El laboratorio, 15:00 del 5 de noviembre.
—¡Jennifer! —exclamó Hiraeth una vez más, zarandeando a su amiga inconsciente.

Esta abrió los ojos lentamente, se incorporó levemente, y volvió a desfallecer.

—Está temblando —apuntó Leila, agarrando a Jennifer entre sus brazos.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está tu hermanastro? —le preguntó Hera inocentemente.

—Ha-Hades... —comenzó—. Le han... le han...

Automáticamente todas supieron lo que estaba pasando. Hades había muerto tratando de salvarlas.

Leila dejó escapar un triste gemido ahogado. Otra pérdida más. Hiraeth se sentó en el suelo y se tapó la cara con las manos; no había entablado demasiada amistad con Hades, pero sí la suficiente como para empatizar con Jennifer. Otros ser querido perdido por culpa del ZV-22. Uno tras otro, todos iban cayendo, poco a poco, en la red de su perdición. ¿Acabarían ellas igual? Seguramente, pensaban. Se arrepentían de haberse embarcado en aquel viaje; ellas no son unas heroínas. No son ningún súper héroe capaz de parar el apocalipsis. Son unas simples chicas de veinte años que han ido persiguiendo un sueño imposible. Ahora, les tocaba morir, lentamente, y ahogadas en sus propias acciones.

Este es el fin.

THIS IS THE END [EDITANDO PRIMERA PARTE] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora