Capítulo 4

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Entramos en el primer bar que encontraron asequible. Últimamente Madrid se había convertido en el principal foco de atención de los turistas, y los precios se habían disparado. Estábamos cerca de Malasaña, aquello parecía una procesión de crestas, cardados y pelos de colores. Nosotros tampoco nos quedábamos atrás.

Mi hermano me avisa de que va a ir al baño, que vaya buscando una mesa para los dos. "No tardes, vejiga de crío", le digo dándome la vuelta para buscar un sitio libre.

Me siento en una mesa que está al lado de un gran ventanal, cerca de la puerta. En ese momento me percato de que una acaramelada pareja va a entrar por la puerta. Una pequeña sonrisa se me escapa al darme cuenta de quién es él. Mario no tarda en darse cuenta de mi presencia y se acerca hasta mi mesa con una sonrisa soberbia para saludarme.

–¿Por fin te has rendido después de la conversación de esta mañana? –Suena demasiado bonito para ser verdad.

Él se limita a encogerse de hombros y a quitarle importancia a la chica que le acompaña. En cierto modo, me cabrea que ningunee a una persona de esa manera, y me entra la necesidad de hablar con esa pobre mujer.

–¿Has venido sola? –Suelta sin quitar su sonrisa socarrona.

Niego, pero antes de que me de tiempo a contestar de que estoy con mi hermano, él aparece y le echa una mirada de arriba abajo a Mario. Obviamente, esto no le sienta muy bien, así que infla el pecho y se yergue para parecer más alto, pero sigue sin quitar la sonrisa de su rostro. Es ahí cuando confirmo que Darwin tiene razón y los hombres descienden de los primates.

–Ya entiendo porqué siempre me rechazas. Eres una asaltacunas, te van más los críos. –Y nada más soltar eso, se da la vuelta y se va.

Le estiro la cara a mi hermano sin haber entendido nada, y él hace lo mismo. Mucho Western se ha tenido que ver para soltar las frasecitas que suelta. Javier y yo nos reímos a carcajadas por la similitud de nuestro gesto.

–¿Quién era ese? –Me pregunta con curiosidad.

Le explico un poco por encima quién es, y lo que pretende conmigo. Entonces, veo como mie hermano se gira y le mira descaradamente. Aprovecho la oportunidad para darle una colleja.

El camarero viene con nuestros dos bocadillos. Engullimos nuestra comida en silencio por un par de minutos hasta que Javier me pregunta el porqué de mi invitación repentina. Justo en ese momento saco un calamar entero del bocata y lo mastico dándome tiempo a pensar en mi respuesta.

Lógico que mi hermano me hiciese una pregunta así, jamás le había invitado a algo y mucho menos a algo que tuviésemos que hacer juntos. No nos llevábamos mal, pero tampoco no llevábamos exageradamente bien. Cuando éramos pequeños siempre nos andábamos picando, incluso una vez, cuando yo tenía 10 años y él 8, fingí durante un mes que no existía y que yo era hija única.

Pero todo cambió hacía algo más de cuatro años, con 16, un poco antes de empezar a trabajar en el prostíbulo. Antes me dedicaba a hacer pajas y mamadas a todo el que quisiese en el mismo polígono donde está el club. Con la mala suerte que uno de aquellos hombres que se paraban, había sido mi profesor de matemáticas en la EGB, y por tanto el de Javier en ese momento.

Aquello fue una de las peores cosas que me han pasado en la vida. Venía todas las tardes amenazándome con que si no se la chupaba gratis, se lo contaría todo a mi hermano y a mis padres. Yo obedecí, y aguanté más de tres meses, hasta que no pude más y se lo conté a mi hermano. Se puso hecho una furia y me hizo prometer que al menos me buscaría un lugar mejor, y fue entonces cuando entré al club. Una semana después mi hermano vino contando por casa que su profesor de matemáticas no iba a volver porque una banda de encapuchados le habían dado una paliza hasta dejarle en coma. Nunca le pregunté por aquello.

–Ya sabes, papá. –Le comento de forma casual mientras pego otro bocado.

Intento tragar rápido la comida en vista de que tenía ganas de seguir preguntando por el asunto. Cambio de tema.

–¿Vas a salir esta noche? –Él asiente. –¿Por donde vas a estar? Lo digo para no cruzarme contigo.

Javier me tira un trozo de pan que arranca de su bocadillo. Los dos nos reímos y comenzamos una escueta guerra de migas de pan. Escueta porque Mario se vuelve a acercar a nuestra mesa y se me pasa la diversión.

Me pregunta que si esta noche trabajo. El gilipollas sabe perfectamente qué horarios tenemos cada una, los hace él. Niego, y le digo:

–No, hoy me lo pusiste libre. Además, esta noche salgo. ­–Le digo con un ligero rentintín.

–Pues espero verte por ahí. –Dice con una sonrisa y luego le lanza una mirada a mi hermano. –Y mejor si no estás acompañada.

Y se va. Me rio por el último comentario y sigo comiendo mi bocadillo. Entonces miro a mi hermano y veo que está mirando hacia la puerta. Si la maquina del café no hiciese tanto ruido, creo que podría escuchar los engranajes oxidados de su cabeza moverse.

–¿Ese se piensa que somos pareja o algo? –A buenas horas, tontito.

Tacones sin alientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora