Volví al frío de la calle, aunque esta vez tenía las piernas mucho más abrigadas que hacía apenas tres cuartos de hora. Fui hasta donde tenía el coche, y antes de abrirlo, puse la cabeza en la parte superior de la puerta. "¿Y ahora a donde coño iba?". Abrí corriendo la puerta y arranqué el coche dirigiéndome al único sitio que se me pasó por la cabeza.
Dejé el coche casi en la puerta del club, a estas horas me daba más igual quien viese mi coche allí aparcado. A aquellas horas, apenas había fábricas abiertas en el polígono donde estaba el club, era poco probable que algún conocido me viese.
Al entrar saludé a mi compañera que se encontraba sirviendo en la barra, y me dirigí directa al vestuario. Cuando estaba por el pasillo justo antes de entrar al vestuario, empecé a escucha a alguien llorando.
Sentada en el suelo, en el rincón, se encontraba Laura llorando desconsoladamente. Me acerqué a ella en silencio y me senté a su lado. Cuando se dio cuenta, se secó las lágrimas rápidamente con una sola mano. Me fijé en la otra, que reposaba sobre su regazo y vi que sostenía un test de embarazo. Le pasé el brazo sobre los hombros e hice que recostase su cabeza en el mío.
–¿Cómo ha pasado? –Le pregunté cuando se tranquilizó. Ella se limitó a encogerse de hombros.–¿Y sabes qué vas a hacer?
–He hablado con El Capo y me ha dicho que va a llamar a un amigo suyo que me puede hacer un apaño. Pero yo no quiero nada de eso, Cristina, yo ya le he cogido cariño. ¿Qué pensaría mi difunta madre de que me deshiciese así de una pobre criatura?
Volvió a echarse a llorar. Entre sollozo y sollozo me contó cómo ocurrió. Por lo visto desde hacía tres semanas uno de sus clientes la amordazó en la cama y la violó brutalmente sin ningún tipo de protección. No quiso decir nada porque una semana más tarde había manchado un poco, pero al no tener una menstruación normal, comenzó a asustarse. Hoy le tocaba hacerse el test de embarazo al que El Capo nos somete mensualmente, y ahí fue donde lo descubrió.
Justo después de que me contase su plan de irse a su pueblo de Zaragoza, apareció Mario por la puerta del vestuario. Me levanté corriendo no sin antes darle un ligero apretón en el hombro a Laura. Le saqué rápidamente y cerré la puerta para dejar que mi compañera se cambiase.
Mario me estaba mirando con una interrogación en la cara. Le expliqué rápidamente por encima la situación y sin entrar en detalles.
–Pero, ¿no lo había solucionado ya mi padre? –Desde luego... hombre tenía que ser.
–Se va a volver a su pueblo. –Volvió a aparecer la interrogación en su cara. –Mario, se lo quiere quedar.
Puso cara de póker, no sé lo que estaría pasando en ese momento por su cabeza, pero seguro que solo estaba pensando en lo que le perjudicaría esta situación a su negocio. Entonces, arrugó las cejas y volvió a mirarme.
–¿Y tú que estas haciendo aquí? –Me encogí de hombros en respuesta.
–Una larga historia. –Me limité a decir.
En ese momento, Laura abre la puerta de los vestuarios, ya sin lagrimones y con los ojos ligeramente hinchados. Se recoloca el asa de su bolso y se despide de nosotros. Nos despedimos de ella y yo le froto un poco el hombro dándole mi apoyo, y desaparece de nuestra vista por el final del pasillo.
–Pues no está ninguno de tus clientes, –Mario vuelve a dirigirse hacia mí. –y tampoco pienso pagarte las horas extra.
Me limito a decirle que he tenido una movida en casa para que al menos me dejase quedarme esa noche allí. Él cambia su expresión a una de coqueteo y me mira con pequeñas chiribitas en los ojos.
–Puedes pasar a mi despacho y pasamos un buen rato juntos. –Se recarga con su antebrazo en la pared que tenía yo detrás. –Te puedo enseñar a llevar el negocio para cuando nos casemos.
Me eché a reír sin control. No era la primera vez que me ofrecía una gilipollez así, y cada vez que lo hacía obtenía la misma carajada como respuesta. Salí del pasillo aún riéndome a carcajadas.
Me pegué un voltio por el club viendo a mis compañeras del turno de noche trabajar. Nunca había estado a estas horas en el local, había algo más de gente por allí, y con peores pintas que por la tarde. Era un lugar todavía más denigrante que de costumbre.
Me senté en una de las mesas más apartadas del escenario, las más cercana a la puerta. Me quedé observando a una de las chicas que estaba bailando en la barra americana, memorizando algunos de sus pasos para poder hacerlos en mi turno.
Entonces un tipejo de sentó en la silla a mi lado, iba bastante bebido y traía un pestazo a alcohol que echaba para atrás.
–No estoy de servicio, lo siento. –Le dije secamente.
Comenzó a acercarse a mí, balbuceando cualquier gilipollez, y puso una de sus manos sobre mi muslo. Empezó a masajearlo torpemente mientras subía la mano en busca de otra cosa. En cuanto llegó a mi vagina, se abalanzó sobre mi cuello y empezó a babosearlo.
Yo no dejé de forcejear intentando apartarle rápidamente de mí. Era curioso como, aun estando acostumbrada a este tipo de comportamiento por parte de todos los hombres que se me acercaban, al estar fuera de mi turno de trabajo, se sentía más sucio y repulsivo que de costumbre.
Sus toqueteos se volvieron más agresivos. Le clavé las uñas en las manos, saqué todas mis fuerzas para poder quitármelo de encima rápidamente, pero parecía excitarlo más. Solo me quedaba una opción, una por la que seguramente me caería una bronca. Montar un escandalo. Alcé la voz y le llamé de todo al muy cerdo.
Ante el alboroto, vi como Mario salía del despacho y se dirigía rápidamente hacia la mesa. Alzó al tipo de un solo tirón hacia arriba, abrió la puerta, y le echó como a un perro. Antes de que la puerta se cerrase, puede ver la cara desconcertada del tío, parecía habérsele bajado la borrachera del impacto contra el suelo. Yo debía de tener más o menos la misma cara que él, pero con un ligero toque de alivio.
Mario me miró con algo de preocupación, y me preguntó si me encontraba bien.
–Lo tenía controlado. –El orgullo siempre por delante.
Rodó los ojos y negó ligeramente con la cabeza. Miré alrededor y me di cuenta que, gran parte de los que se encontraban en el local, estaban mirando en nuestra dirección.
–¿Quieres entrar al despacho y tumbarte en el sofá? –Miré a Mario levantando una ceja. Él subió las manos y dijo: –Sin segundas intenciones, lo juro.
Solté un largo suspiro y me levanté de la silla con resignación. Le seguí hasta la puerta del despacho, aun podía sentir muchas miradas sobre mi espalda. En cuanto llegamos a la puerta, se hizo a un lado para que pasase antes que él. Me dirigí directa al sofá y me tiré sobre él con toda la confianza del mundo.
–Si quieres ponerte cómoda, te puedes tumbar o lo que sea. Eso sí, no pongas las zapatillas sobre el sofá. –Niego como respuesta. –Bueno, como quieras. Voy a ir a la barra a hacer caja, en un rato vuelvo.
Se va hacia la puerta, pero antes de irse se vuelve a girar y me dice:
–Tienes mantas en ese armario, por si tienes frío. –Asiento y me llevo una mano a la cabeza haciendo un saludo militar.
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Tacones sin aliento
Misterio / SuspensoSon los años 80, Cristina es una chica cualquiera que se mete en la prostitución para poder irse de casa (o al menos eso dice ella). El rumbo de sus objetivos cambia cuando conoce a un hombre con gustos muy extraños. Junto a la ayuda de su hermano...