Me estiré ligeramente, al menos todo lo que el sofá me dejaba. Abrí ligeramente los ojos, pero volví a cerrarlos por la molestia que provocaba la luz que entraba desde la ventana. Me retorcí haciendo que me crujiera la espalda y mi cuello. Bostecé y volví a intentar abrir los ojos.
No tenía ni idea de la hora que era, pero seguramente demasiado temprano para despertarse y demasiado tarde para librarme de la bronca de mis padres. Miré por las paredes en busca de algún reloj, pero no tuve éxito.
Lo que sí encontré fue a Mario durmiendo sobre la alfombra con mi chaqueta por encima, entonces fue cuando me di cuenta que tenía una manta arropándome. La hice una bola y se la tiré a la cabeza, pero seguía sin despertarse. Apoye mi pie sobre sus costillas y le zarandee bruscamente. Entonces abrió los ojos y me miró con una sonrisa.
–Me podrías haber despertado con un besito, o con algo mejor. –Desde tan temprano con tonterías.
–Deja de decir gilipolleces y mueve el culo, que no me apetece conducir hasta mi casa. –Le dije seriamente.
Me puse de pie de un solo brinco y comencé a doblar la manta con bastante rudeza. Las mañanas no son la mejor hora de mi día, y menos si tenía a un imbécil mirándome tumbado en el suelo y sin mover el puto culo. Como decía, las mañanas no me gustan.
–¿Cuándo vas a dejar esa actitud de mierda y me vas a dar una oportunidad? –Soltó la frase como si la tuviese ensayada.
Él se sienta recargando todo su peso en una mano, en cambio, yo, suelto un suspiro que parece ser interminable
–Vamos a ver, pink floyd, tienes muchos pajaritos en la cabeza. –Le dije mientras dejaba la manta perfectamente doblada en el respaldo del sofá. –Que tu padre se enamorase de tu madre en este antro, no quiere decir que a ti te vaya a pasar. Esto es un cuchitril del que cualquiera querría escapar, y yo la primera. Pero la droga está muy rica, y el vicio nos gusta mucho. Así que no confundas las cosas, porque en la primera oportunidad que tenga, pierdo de vista este zulo y tu careto de mierda, ¿estamos?
Por un momento veo cómo sus ojos muestran dolor, y me hace creer que por fin ha comprendido cómo son las cosas realmente, pero entonces se llevas ambas manos al pecho y cae hacia atrás como si le hubiesen dado un flechado justo en el corazón.
Niego sin poderme creer su actitud y le quito la chaqueta de encima para ponérmela. Saco las llaves de mi coche del bolsillo y reposo una mano sobre el pomo mientras espero a que se levante del suelo.
Después de dejar a Mario en su casa, conduje hasta la mía. Iba bastante tranquila, total, el guantazo estaba asegurado desde el minuto uno en el que me desperté.
Subí las escaleras con pesadez, dormir en aquel sofá cochambroso me había hecho polvo la espalda. Llegué hasta la puerta de casa y me paré, debía prepararme mentalmente para la que se me venía encima. Respiré hondo, y me decidí a entrar.
Lo primero que vi fue la cabeza de mi madre asomarse por la puerta. En cuanto vio que la que había entrado por casa era yo, salió corriendo a darme un abrazo y comenzó a formular un montón de preguntas que se agolpaban en la boca pretendiendo hacerlas salir todas a la vez.
–¡Manolo, cuelga ahora mismo que la niña ya está aquí! –Gritó hacia el interior de la casa.
Escuché los pesados pasos de mi padre acercarse a la puerta de casa donde estábamos nosotras. Ahí llegaba mi perdición.
–¿¡Tú que coño te piensas que es esto!? ¿¡Un hotel!? ¡No puedes entrar y salir de casa cuando a ti te de la gana! –Salpicaba con su saliva al chillar. –¡Aquí hay unas normas y hay que cumplirlas! ¡Y si no te gustan, ya sabes lo que tienes que hacer! ¡Me tienes hasta los cojones, Cristina, hasta los cojones!
Antes de que me diese tiempo a siquiera coger aire para responder, su mano se estampó contra mi cara haciendo que me tambalease. Me erguí y pasé por su lado chocando mi hombro en dirección a mi habitación.
Me costaba admitirlo, pero me había hecho mucho daño. Posiblemente era el guantazo más fuerte que me había dado en su vida. Me froté la mejilla que cogía más temperatura a cada segundo que pasaba.
Me tiré en la cama y pude escuchar cómo mis padres discutían a gritos entre ellos. Solté un largo resoplido y me volví a incorporar para ir a la habitación de mi hermano.
Saqué una de las cajas que tenía mi hermano llena de vinilos de debajo de la cama. Sus amigos le solían traer discos de grupos de sus pueblos y se compraba otros muchos en el Rastro, así que tenía todas las estanterías y un montón de cajas llenas de casetes y vinilos. Todavía esperaba el momento en el que empezase a meterlos en mi habitación.
Cogí uno cualquiera. En la caratula se veía un mapa de Bilbao y alrededores. Lo puse en el giradiscos sin darle muchas más vueltas, y conecté los cascos para poder poner el volumen a tope. Aún así, seguía escuchando los gritos de mis padres de fondo. Buenos coros tenía.
Cuando apenas llevaba una canción y media, me empecé a quedarme dormida. Inevitablemente, mi cuerpo se fue rindiendo ante la comodidad de una cama de verdad. Tal fue así, que me acabé enredando en la colcha y tapada hasta las orejas.
Pero mi descanso no duró mucho. Repentinamente sentí un gran peso sobre mi estómago. Mi hermano se había sentado sobre mí y me estaba dejando sin respiración. Le quité de un empujón con mala hostia mientras él se reía. Vi cómo movía los labios, pero no podía escucharle, la música seguía reproduciéndose por los cascos. Me los quité con violencia.
–Cuidado, que valen más que tu vida. –Me dijo cambiando su expresión a una seria. –Te iba a tirar un vaso de agua, pero no quería estropear a mis bebés. –Comentó comprobando que no les había pasado nada.
Me estiré con pereza aún sobre la cama, e hice crujir mi cuello. Mi hermano puso cara de desagrado.
–Te decía que ya está la comida hecha, mamá y papá nos están esperando.
Me eché las manos a la cabeza. Lo último que me apetecía era comer todos en familia y fingir que no había pasado nada. Pero entonces se me ocurrió una idea.
–Hoy comemos fuera, tú y yo. Nunca hemos hecho estas cosas de hermanos, ¿no? Es buen momento de empezar. –Mi hermanos me miró con una sonrisa y negó ligeramente.
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Tacones sin aliento
Mystère / ThrillerSon los años 80, Cristina es una chica cualquiera que se mete en la prostitución para poder irse de casa (o al menos eso dice ella). El rumbo de sus objetivos cambia cuando conoce a un hombre con gustos muy extraños. Junto a la ayuda de su hermano...