–Yo otro Cua-cua. –Me limito a decir.
Vemos como el camarero nos lo sirve y, cuando ambos tenemos nuestras bebidas en la mano, brindamos y le pegamos un largo trago. Nos quedamos unos escasos minutos bebiendo nuestras copas, hasta que el hombre decide acabar con nuestro silencio.
–Ayer te vi. –Le miro extrañada. –En el club. Era la primera vez que te veía por allí, no me olvido de unas piernas tan largas tan fácilmente.
El hombre pasó su mirada desde mis tacones, pasando por el borde de mi minifalda, hasta mis ojos. Mi actitud cambió a medida que iba subiendo su vista. Ya no estaba en un bar dejándome invitar por un hombre desconocido, estaba en un bar haciendo un posible cliente nuevo.
Mi actitud se volvió más relajada y coqueta. Me recosté en la barra haciendo que se me marcase más el escote de la forma más elegante que se me ocurrió. Vi cómo se le iban los ojos por un segundo, pero los aparta enseguida.
–Aquél hombre no fue muy gentil. –Tiene una débil sonrisa en la cara.
–¿A caso alguno de los que van a aquel antro lo son? –Ensancha su sonrisa ante mi pregunta. –No te pienses que tú lo eres. Estás un sábado por la noche en un garito intentando ligar con una prostituta.
Esta vez el hombre se rio con más fuerza y ganas. Le pegó un largo trago a su Sol y Sombra, y se lo terminó. Se acercó un poco a mi oído.
–Me gusta tu actitud. Cuanto me costaría un servicio ahora mismo. –Me acarició sutilmente el brazo y me alejé.
–Lo siento, pero ahora mismo no estoy de servicio. Pero el lunes a partir de las cuatro de la tarde podemos negociar precios.
–Está bien, pero como voy a ser yo el que pague, tienes que hacer exactamente todo lo que yo te pida. –Subió mi mentón con un solo dedo. –Se puede decir que soy un hombre de gustos raros.
Aparté la cara rápidamente. Aquél gento no me había gustado nada, así que me despedí con prisa y me fui a la pista a bailar.
Desde que llegué al Penta, la gente no había parado de entrar. El garito estaba a rebosar y en la pista es donde más se notaba. No me gustaba especialmente la música que estaba sonando, pero por lo menos algo se podía bailar.
Saqué un cigarro de mi pitillera y busqué por los bolsillos de mi chupa mi mechero. Pero antes de que pusiese encontrarlo, una mano se posó sobre mi hombro y me dio fuego. Inhalé la primera calada y me di la vuelta para agradecerle al hombre misterioso de mis espaldas.
Cuando me di la vuelta, vi a Mario con una sonrisa de lado y bastante afectado por el alcohol. Era el mejor estado en el que me lo podía encontrar. Estando borracho era cuando estaba menos pesado y mucho más relajado.
Estuvimos un rato bailando, al menos hasta que me acabé el piti y me entró la sed. Me propuso, o más bien le hice que me propusiera, ir a la barra a pedir otra copa más. Por suerte el hombre extraño ya no se encontraba por ahí.
Me bebí casi media copa de un solo trago. Entre el baile y el piti, tenía la boca como la suela de una zapatilla. A Mario parecía haberle pasado lo mismo, solo que él sí que se terminó toda la copa de un solo trago. La verdad es que ni me enteré qué se había pedido él.
–Te dije que nos íbamos a encontrar. –Se acercó un poco más. –Y cumpliste tu palabra de estar sola.
Me acerqué a el un poco más también, pero con unas intenciones completamente distintas a las de él.
Metí la mano en uno de los bolsillos de su gabardina mientras continuábamos hablando. Vacío. Probé suerte con el otro, y mis dedos rozaron un pequeño plástico. Lo sostuve entre los dedos y me llevé la mano al bolsillo de mi cazadora.
Volví a coger la copa y me terminé todo lo que me quedaba para poder irme al baño. Me alejo de él con mi trofeo dando vueltas dentro de mi bolsillo.
Cuando entré a los baños pude comprobar que no iba a ser la única en meterme una raya. Saqué un billete de mil pelas, este ya lo tenía viciado de tanto enrollarlo. Saqué también un pequeño espejo plegable que siempre llevaba en el bolso. Sombra aquí, sombra allá. Maquíllate, maquíllate.
Me senté a horcajadas en la taza del váter y dejé todo sobre un pequeño poyete que había sobre este. Parecía que lo habían puesto a posta. Piqué bien aquél dulce y a la vez amargo polvo blanco, y me preparé unas cuantas. Me metí tres del tirón.
Empecé a prepararme otras cuantas cuando sonó la puerta del baño. Seguí a mi labor hasta que se abrió la puerta de mi cubículo. Me di la vuelta dispuesta a gritarle al gilipollas que me había interrumpido, pero ese gilipollas resultó ser el dueño de la cocaína que me estaba metiendo.
–Sabía que habías sido tú. –Dijo recostándose en el marco de la puerta. –Que feo que me hayas seducido para algo así.
Le acerqué el espejo fingiendo inocencia, y Mario se metió todas las rayas que me había dado tiempo a pintar. Agarró mi muñeca para conseguir más estabilidad. Pasó el pulgar por todo el espejo quitando los restos y lo acercó hasta mis labios. Saqué la lengua de forma sensual y limpié todos los resquicios de polvo que brillaban sobre su dedo.
Guardé todo en mi bolso y me marché del baño sintiendo la mirada penetrante de Mario clavarse como una navaja sobre mi espalda. Para esta noche ya tenía material suficiente.
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Tacones sin aliento
Misterio / SuspensoSon los años 80, Cristina es una chica cualquiera que se mete en la prostitución para poder irse de casa (o al menos eso dice ella). El rumbo de sus objetivos cambia cuando conoce a un hombre con gustos muy extraños. Junto a la ayuda de su hermano...