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capítulo cuatro

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BARRY LE HABÍA PROMETIDO A LEAH IR POR ELLA UNA VEZ la rubia saliera del trabajo. Leah no era una gran fan de las promesas, por lo que en el momento en que Barry le dijo aquello ella se negó, diciendo que no hacía falta, pero el forense insistió.

Pero ahí estaba Leah, media hora después del termino de su jornada laboral, abrazándose así misma mientras caminaba por las ya casi oscuras calles de Central City a solas.

Una idea corría por su mente la cuál justificaba la ausencia de Barry Allen a su lado. Pero se veía a si misma en la obligación de esperar a que él llamara disculpándose con una ridícula excusa que ella aceptaría.

Al igual que las otras diez veces anteriores en el transcurso del último mes y medio.

Comprendía a Barry, pero no podía evitar preguntarse el porque pasaba aquello si el velocista tanto añoraba estar allí.

Todo era tan confuso.

—¡Oye preciosa! ¿Por qué tan solita? —cuestionó un hombre a unos cuántos metros de distancia.

Leah se decidió por ignorar aquel llamado, haciéndose creer que no era ella a quien hablaban. Se repetía una y otra vez que aquello era lo mejor que podía hacer.

Pero entonces el hombre comenzó a acercarse, y como una repuesta automáticamente Leah comenzó a mover sus pies más rápido en un intento de alejarse sin que pareciera necesariamente una huida.

Solo unas cuadras más... se repitió en su mente, mientras sentía como el corazón se le aceleraba.

—¡Oye, no corras preciosa!

✓ KIDS; barry allen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora