Las visitas a clubs sociales constituían, en toda vida de joven adinerado, un pasatiempo muy lucrativo. Allí no solo se cerraban negocios millonarios mientras se divertían en una pista de tenis o jugando alguna partida de póker con apuestas escandalosamente altas. Era, sin lugar a dudas, uno de los lugares más eficaces para conocer a otros jóvenes. Ya fuese por amistad o simple necesidad física.
Pero aquel día Will no estaba de humor para buscar un buen acompañante.
Cuando abrió la puerta del sofisticado y lujoso recibidor del Jobas, la cegadora y falsa sonrisa uno de los empleados le saludó. Si bien no contaba con demasiado dinero, solo con mencionar su nombre completo y donde se estaba hospedando, las puertas se le abrieron inmediatamente.
Escuchó la larga charla sobre las ventajas que suponía pertenecer al exclusivo club, junto a lo que fue una guía exhaustiva de dónde se encontraba cada maldita cosa en aquel lugar. Fue una larga media hora.
Lo primero que hizo, dado su estado de ánimo, fue dirigirse al gimnasio. Golpear algo siempre resultaba relajante y quizás así podría volver a la casa de los Douglas sin ganas de matar a nadie.
Una vez llegó, se encontró con una amplia sala, llena de todo tipo de aparatos e instrumentos de entrenamiento. Desde el área llena de máquinas con pesas y cintas para correr hasta un cuadrilátero donde un grupo de hombres se encontraba boxeando. Tres pesados sacos llamaron su atención, y con una sonrisa de satisfacción se dirigió hacia ellos.
No quería guantes. En realidad necesitaba sentir los golpes en sus propios nudillos. Pero para evitar mayores daños se vendó las manos. Y entonces empezó. Siempre le había gustado el boxeo. Era un deporte relajante cuando uno se encontraba frustrado, y muy valioso para defenderte en las calles. No es como si él se metiera en problemas todo el rato, pero nunca venía mal estar preparado.
Pasó más de cuarto de hora allí, golpeando con furia la superficie lisa y roja del saco. Y entonces algo llamó su atención.
Se encontraba a tan solo unos diez metros de él, dándole la espalda. ¡Y qué espalda! Los músculos, si bien no muy marcados, sí lo suficiente como para querer acariciarlos, estaban un poco bronceados. Destacando así las brillantes gotas de sudor que corrían desde su cuello.
Su cintura era estrecha, desembocando en uno de los traseros más sexys que nunca hubiese visto. Redondeado y firme. Era una delicia. Además era alto, debía sacarle sus buenos quince centímetros de altura.
Solo llevaba unos pantalones blancos que de vez en cuando se pegaban a su piel debido al sudor, y los bordes negros de su ropa interior se mostraban perversamente por arriba. Will supuso que se dirigía a pelear en el cuadrilátero, y no se equivocó.
Aún no le había visto el rostro, pero con aquel cuerpo, poco importaba. Además, se fijó, tenía el cabello más o menos como él, pero tan negro como las alas de un cuervo. Y lo llevaba graciosamente recogido en una corta coleta.
Cansado de los sacos, se dirigió directamente al cuadrilátero. Había encontrado una presa perfecta.
—¿Puedo? —Su voz, bajada hasta convertirse en un ronco susurro, hizo que su presa se diese a vuelta para mirarle. Y Will se quedó mirando los ojos más verdes que había visto nunca. Era perfecto. Bello y masculino al mismo tiempo, con rasgos marcados y mandíbula fuerte. La sombra de la barba oscurecía ligeramente sus mejillas y algunos mechones de su flequillo, que se habían escapado del recogido, caían sensualmente por su frente.
—Sí te atreves...
Oh, Dios tenía que existir. Le estaba sonriendo de forma sensual. Había recogido el guante.
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Anhelos perdidos [Extracto]
RomanceEthan McNearly, hijo de un borracho irlandés y de una prostituta, vivió su infancia entre ladrones y rateros. Entre asesinos y camellos. Junto a él solo permanecieron su hermana Jess y su mejor amigo, Colin. Nadie hubiese apostado un dólar por ellos...