Valentina me había obsequiado galletas de avena en su visita de ayer. Realmente se lo agradecía, era lo único medianamente bueno que podía ingerir en ese hospital.
No eran de mis favoritas, pero era pasable.
Luego de rogarle a la enfermera Laia, encargada del cuidado de los pacientes que estaban en mi pasillo (junto a un enfermero, por supuesto, no podría hacerlo ella sola) por media hora y asegurarle que estaría bien, me dejó salir al patio que estaba en el centro del establecimiento, donde usualmente los pacientes y enfermeros salían a comer o tomarse un respiro.
Me senté en una de las bancas y me dediqué a comer aquellas galletas, sabían bien, por suerte. Valentina me había contado que las había hecho ella misma con un tutorial de YouTube.
Mi mente viajó a un mundo de pensamientos sin sentido y al azar, ¿cómo estarán mis amigos? Ellos tampoco me habían visitado, pero diariamente me hablaban e incluso solíamos hacer videollamadas, era divertido. Sin embargo, nunca habíamos profundizado en cómo iban sus vidas desde que recaí.
El típico sonido de notificación de mi celular provocó que me sobresaltara, rodé los ojos. Lo más probable es que sea el chico lindo de la habitación 10.
Y sí, sí lo era.
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