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La vida en el hospital en el que estaba internado era miserable.

Mi enfermedad iba empeorando con el paso del tiempo; cada día sufría más y mi alma se llenó de una gran tristeza al ya ni siquiera poder vivir como una persona normal. No podía disfrutar con mi familia y amigos y eso me rompía.

¿Por qué a mí?

Me preguntaba eso a veces, y me envolvía en un mar de pensamientos en los que trataba de recordar alguna estupidez que hice en el pasado como para terminar postrado en esa camilla incómoda y comiendo comida asquerosa e insípida.

Al menos podía salir a caminar por los pasillos, no estaba tan débil como para tener que permanecer obligatoriamente en el infierno de mi habitación.

Mis párpados se cerraban lentamente, y me sentía cada vez más cerca de sucumbir ante los brazos de morfeo, hasta que el sonido molesto de mi celular provocó que casi cayera de la cama.

Jadeé, molesto. ¿Quién carajo se atrevía a molestar ahora? Tomé el celular y me dediqué a leer el mensaje que me habían enviado.

 ¿Quién carajo se atrevía a molestar ahora? Tomé el celular y me dediqué a leer el mensaje que me habían enviado

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Reí, algo extrañado por la conversación tan singular. ¿Cómo había conseguido mi número? Era raro.

Sin embargo, en vez de detenerme a profundizar en ese misterio, simplemente me dormí, estaba agotado y tenía hambre.

diez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora