Capítulo 19: La claridad del alba

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 El celular sonó y de inmediato desperté para apagarlo, el despertador me indicaba que tenía que irme, lo que me causaba decepción, pero no podía quedarme en esa casa ajena por mucho tiempo. Por eso cada vez que me quedaba a dormir en este lugar tan lujoso desaparecía en la mañana cuando el sol apenas se asomaba por entre las sierras.

Seguía un poco dormido, por eso refregué mis ojos y me desperecé. Luego de bostezar miré a Nacho que aún dormía y para no despertarlo, traté de levantarme con suavidad, pero apenas despegué mi culo de la cama, lo oí quejándose somnoliento.

—¿Ya te vas? —Bostezó.

—Sabes que sí, ya son las siete. —Alcé mis calzoncillos que seguían tendidos en el suelo tal como los dejé la noche anterior—. Me voy antes de que llegue tu familia.

—Bueno. —Se sentó en la cama a mirarme mientras me vestía—. ¿Cuándo repetimos?

Suspiré, por más que quería repetirlo todos los días, sabía que pronto no sería posible; mi abuela me necesitaba en casa y Verito seguía perdida. No podía andar cogiendo con un tipo mientras había gente querida que me necesitaba, me parecía egoísta hacer eso.

—Te aviso, Nacho. —Terminé de vestirme y volví a mirarlo.

—¿Estás bien? —Se levantó de la cama para acercarse a mí.

Incliné mi cabeza mientras observaba de abajo hacia arriba su cuerpo desnudo acercándose, era ese mismo que había besado y acariciado con tanto fervor la noche anterior. Mordí mi labio al recordar la manera en que disfrutamos nuestro encuentro y me estremecí. Cuando estuvo frente a mí fijé la mirada en sus ojos.

—Sabes que no —respondí sin dejar de observar sus párpados lagañosos.

Nacho tomó aire y agarró mi rostro con ambas manos y lo acercó al suyo con dureza hasta que nuestras apestosas bocas se unieron en un apasionado beso. Mis manos recorrieron su espalda descubierta, mientras que las suyas se quedaron apretando mi cara.

El calor de su cuerpo me invitaba a quedarme un rato más, pero no podía, tenía que volver a casa, desde que mi querida abuela se quebró el año pasado, dependía de mí todo el tiempo y necesitaba que la ayudara a levantarse para desayunar.

Además, tanto los hermanos y el padre de Nacho volverían del campo pronto y ninguno podía encontrarlo durmiendo conmigo. El chabón ocultaba muchísimas cosas de sí mismo a su familia, y tenía bien justificado el porqué, ya que algo atroz le habían hecho sólo por sentirse atraído hacia hombres y lo entendía, o al menos trataba de hacerlo porque nunca me habían enviado a alguna terapia absurda o golpeado por ser gay. De todos modos lo ocultaba también, porque en un pueblo con tantos dinosaurios conservadores debía resguardar mi integridad y la de mi hogar.

Pensaba que me chupaba un huevo el «qué dirán», pero resultaba que sí me importaba, por eso me había sentido tan asustado y avergonzado cuando a Natalie le cayó la ficha de que me gustaba Nacho. Lo peor fue que temí por él, lo nuestro era un gran secreto que habíamos acordado jamás contárselo a nadie.

Dentro de esa habitación donde nos besábamos y pasábamos horas entrelazados éramos todo y afuera éramos nada.

Nacho así lo quiso y así acepté, por eso me lamentaba cada vez que salía de ahí.

Luego de besarnos nos miramos hambrientos de más, al parecer no habíamos tenido suficiente la noche anterior y es que veníamos de semanas de no juntarnos, debido a mi enojo por lo que Nacho hizo en la juntada de ese viernes.

Ya no tenía mucho tiempo como para quedarme, por eso respiré y apenado le di la espalda. Agarré el picaporte antes de salir y quizás a modo de excusa para seguir estando a su lado, comenté:

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora