uno: tigre

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─Deberías... ventilar aquí... ─El chico que se asomó por la puerta le dijo aquello arrugando el entrecejo al tiempo que sacudía su mano sobre su nariz para sacar el olor que irritaba su órgano sensorial.

Un hombre de mediana estatura le vio desde abajo de su escritorio, unas orejas de puntas redondeadas de color gris se movieron sobre sus cabellos del mismo color y el recién llegado ahogó una queja.

─¿Ese no es mi escritorio? ─Preguntó.

Terminó de pasar arrojando la caja con sus materiales en el escritorio.

─Bienvenido, pensé que llegabas más tarde ─Le dijo y abandonó su lugar, limpiando sus pantalones jeans del polvo que había ganado después de la limpieza del sitio─ Lo estaba arreglando, hace años que no le daban una oportunidad y debía ser reparado... ─Y le sonrió, agitando las orejitas que le sobresalían de entre las hebras grisáceas.

─Gracias ─Murmuró entre dientes, incómodo hasta la coronilla por el ambiente tenso y el aroma que le picaba hasta los pulmones─ ¿Podríamos... abrir una ventana?

La sonrisa en los labios del más bajo se deshizo en una mueca y negó suavemente con algo de timidez, rascándose la nuca al tiempo que iba hacia las hileras de ventanas. Todas ellas estaban conectadas en el mismo riel, todas ellas estaban igual de atascadas, inmovibles.

─No se puede ─Respondió y rápidamente volteó a verle asustado─ Lo siento mucho si mi aroma te molesta, tomaré más supresores ─Afirmó y de un salto se fue a su escritorio, no más limpio que el anterior ni mucho menos más ordenado.

Un auténtico desastre de cajas se alzaban en la superficie de madera oscura y ni vaciando todas aquellas cajas podría dar con su botecito de supresores. El chico era más pequeño que él, con una ropa tan grande que le hacía lucir como un cachorro con las prendas de sus padres, y además, muy sucio. Tenía desparramados todos los colores del arcoíris en su ropa y parecía haberse peleado con el despertador por las ojeras que le caían bajo unos ojuelos grises y brillantes.

Tenía un timbre de voz bonito, dulce, como si fuese a cantarle en vez de decirle que las ventanas no podían abrirse.

─No te preocupes por eso ─Dijo al cabo de un rato cuando entendió que jamás encontraría sus supresores.

Suspiró echándole un vistazo a la sala que les habían dado, parando muchas veces en su nuevo compañero y en sus atentos ojitos vacilantes, como también en el temblor de sus orejitas y la cola de punta negra y rayada que se asomaba por sus hombros.

Era interesante, su nueva zona de trabajo tenía más de cincuenta décadas de uso y en todo ese tiempo jamás se cambió nada, desde las empolvadas y sucias alfombras, hasta las cortinas amarillas que colgaban de robustos palos rasguñados por las anillas, podía jurar que algún día las cortinas fueron blancas y relucientes. Había una lámpara que colgaba del techo y caía justamente al centro, por lo que entendía que al encenderse iluminaría la zona de ambos.

─No funciona... ─Le dijo entre dientes el peligris una vez más, apoyado en su escritorio y con sus deditos juguetones por encima de su regazo.

Park rodó los ojos, no sabía si les habían dado un lugar de trabajo o una sala de desperdicios.

El chico seguía sus movimientos cuando revisó las estanterías y el armario que tenían, un par de overoles estaban colgados en perchas y bajo de estos habían unas camisetas dobladas. Supuso que eran del tigre que pululaba por allí soltando ese aroma a vainilla y lavanda, algo de manzanilla con... podría decir que era madera pero no daba pie a que fuese cierto pues podría ser el olor de todos aquellos armarios viejos que tenían. Era como un quemador de incienso, soltando esa fragancia sin detenerse.

─Me llamo YoonGi ─Con voz tímida y juguetona llamó su atención, al girarse vio su manita extendida y temblorosa para presentarse, sus orejitas estaban tensas y la cola que antes le bailaba a los costados de los hombros ahora se había enrollado en su cintura como un cinturón.

─Mucho gusto ─Respondió algo tosco, tomó su mano─ Yo soy JiMin...

Aflojó su expresión ante el contacto, la diferencia de tamaño y la sensación que se rompió a lo largo de su columna vertebral, jurando que alguien había machacado su sistema respiratorio pues empezó a tartamudear y a perder el aire.

Y el chico le sonrió.

Sus labios se veían suaves, como dos almohadillas rositas y brillantes por su lengua que constantemente estaba remojándolos, la forma de su sonrisa era peculiarmente linda e infantil. Divertida y admirable, como si le arracanse del pecho las ganas de devolverle la sonrisa. Sus ojuelos grises se perdieron y dos medias lunas se le dibujaron, salpicando un montón de arrugas a los costados. Poseía un tono coqueto en sus pómulos, como si hubiese aplicado maquillaje.

─Lo sé ─Dijo, soltando su mano y cambiando repentinamente de personalidad, sus orejitas se sacudieran y la cola volvió a su serpenteo detrás de su espalda─ Eres nuevo en el departamento de matemáticas, darás clases de refuerzo.

JiMin se ahorró preguntarle cómo lo sabía y cruzándose de brazos por el cosquilleo en su mano derecha se atrevió a preguntar por su propia profesión. Podía deducir que era fontanero.

─¿Y tú?

─Jefe del departamento de arte ─Su pecho se infló y apretó su mandíbula, viéndose gracioso.

Park alzó una ceja y no pudo burlarse, más bien le pareció tierno.

Pero antes de que pudiese regresar a su escritorio, el que YoonGi se había encargado de limpiar y arreglar, todo su cuerpo se quedó paralizado y con corrientes de furia recorriendo y ahogando cada una de las células de su cuerpo. Aquel chico simpático y lindo, aquel con el que pensó que podía llevarse bien, había cometido la peor hazaña de toda su vida.

─¡Qué suaves! ─Expresó con las orejas negras del más alto apresadas entre sus manitas.

─¡Suéltame!

─¡Qué tierno! ─Bramó eufórico soltando las orejas pero agarrando la pomposa colita que se asomaba por la espalda baja del chico.

Y así, con YoonGi regañado detrás de su escritorio, el Alfa de 1,80m yacía escondido debajo del suyo arrullando sus orejitas.

 𓍯  rᥲᥕr mᥱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora