once: namjoon y seokjin

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Las acciones de YoonGi venían muy ligadas a la serie de emociones que sentía en el momento, predecir lo que haría después de hablar era prácticamente imposible. Para desarrollar ese mágico don era necesario pasar mucho tiempo con el Omega y el conejito de orejas negras no contaba con ese requisito, es verdad que nueve meses son muchos y por mucho o poco que se conozcan no podría acertar en lo que YoonGi estaba pensando cuando estaban frente a frente.

Le acababa de confesar que podía olerle y aquello no le provocó un alivio emocionante y feliz, y YoonGi no era tonto para no darse cuenta de la metida de pata que acababa de cometer.

─¿"Cuando suelto mi aroma"? ─Le preguntó y el más pequeño estaba alejándose, dejó de sentir sus manitas puestas en sus orejas y cuando intentó buscar sus orbes grises se topó con una mirada gacha.

─No es culpa mía ─Se adelantó a decir el morenito, encogiéndose en su sitio con las rodillas pegadas al pecho y sus brazos abrazando sus piernas─ Tú tampoco preguntaste porqué había bajado a recibirte si no habías tocado la puerta...

Rememoró el día y las circunstancias que le sacaron de la cama a tirones únicamente para sentarse en el porche de su casa a contemplar la luna, como si desde su departamento no se viese el enorme satélite reflectante. Ese día todo estuvo en su contra como si a lo largo de las horas se cumpliría su último suspiro y la peor desdicha de todas acabaría con él, el insomnio le estaba matando desde la noche anterior y viendo que las cosas no habían mejorado pensó que quedándose en el salón las cosas se arreglarían. Estuvo escuchando comerciales de joyería durante dos horas y de un momento a otro sus ojuelos fueron cayendo en las fotografías que daban algo de vida en el mueble de la televisión.
No era fan de colocar fotos de sus familiares pero los rostros de sus padres le hicieron un hueco en el corazón.
Se sentía acorralado dentro de su hogar, sentía que ellos regresaban a su lado y le murmuraban todos sus fallos.

Entonces salió de su casa. Trató de buscar un local abierto o algo en lo que entretenerse mientras le daba sueño, pero nada funcionó realmente. Se topó con las vitrinas de algunos comercios de comida y visualizó la sonrisa de YoonGi cuando encontró un platillo de dumplings. Y la imagen mental de esa sonrisa le hizo sentir bien, aminoró el pesar en su pecho y se olvidó por míseros segundos de la agonía. Emprendió camino a su casa después de ver la hora en su móvil. Al llegar, siguió a la luna por un par de minutos desde la carretera, unos diez pasos antes de toparse con la casa del Omega.

Apreció la fachada desde su sitio y supo identificar la ventana de YoonGi cuando recordó que su sobrina le había hecho un arreglo con una pelota de tenis, todo estaba oscuro y gracias a la luz de la luna podía apreciar el jardín delantero y sus bellas flores dormidas. Cuando se sentó en el porche pensó en el aroma de YoonGi y en cómo se sentía su pequeño cuerpo escondido entre sus brazos, no podía negar que la sensación era semejante a cuando era un cachorro y buscaba protección y cariño en los cálidos brazos de sus progenitores.

Le gustaba mucho YoonGi, le gustaba que sus sentimientos variaran de esa manera por un Omega que llegó a su vida a desordenarlo todo de la manera más linda y caótica, destrozó cualquier frontera existente en su corazón y se acurrucó allí haciéndole entender que no se marcharía. Y le causó tanto miedo sentirse así de inútil y débil, nunca nadie había irrumpido tanto en su vida cotidiana y jamás experimentó ese sentimiento de estar enamorado. ¿Por qué llegaba él a tratar así un corazón que no se había enlazado a otro todavía?
Le echó la culpa a él. Al fin y al cabo YoonGi no podía enamorarse. Solo se encargaba de dejar los corazones colgados para irlos flechando uno a uno.

JiMin juró que moriría por una hemorragia en el corazón.

─Y no me creo que salgas a pasear a las cuatro de la mañana cerca de mi casa...

 𓍯  rᥲᥕr mᥱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora