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Cuando Quackity despertó la mañana siguiente, apenas pudo procesar el lugar donde se encontraba antes de tener que correr al baño más cercano a volcar todo su estómago en el inodoro. Maldijo todo y a todos mientras tomaba el cepillo de dientes que tenía en casa de Rubius. Le dolía tanto la cabeza, y en eso que terminaba de lavarse los dientes, lo recordó.

Luzu jugando beer pong. Luzu hablándole. Luzu besándole. Las manos de Luzu. El cabello de Luzu. Luzu, Luzu, Luzu...

Se pasó sus manos por la cabeza de forma desesperada, mientras sentía su respiración acelerarse. Sin importar su malestar, corrió escaleras abajo en busca de su amigo. Lo encontró en la cocina, desayunando.

—Quack...

—¿Por qué hice eso? Dime que no es verdad, dime que no lo hice —exclamó paseándose erráticamente por toda la cocina.

—¿Te refieres a Luzu...? —Rubius lo miraba extrañado desde su puesto en la mesa.

—¡Sí, mierda! ¿A qué más me voy a referir?

Rubius suspiró, tranquilo en su totalidad, lo opuesto a su amigo.

—Se besaron. Me sorprende que hayas tenido...

—¡Puta madre! ¡Soy un idiota! ¡Estúpido, pendejo, imbécil! —Quackity se sentó en la silla contraria a su amigo mientras se tiraba los pelos, confundiendo más a su amigo.

—Quackity, tranquilo, no es el fin del mundo. Estoy cien por ciento seguro de que Luzu corresponde tus sentimientos, no tienes por qué preocupa...

—¡¿Mis sentimientos?! —Quackity se detuvo y le miró con los ojos bien abiertos—. ¡No hay ningún maldito sentimiento, Rubius! ¡No hables mamadas!

—Quackity... —Rubius levantó sus manos, haciéndole señas para que se calme—. Tranquilízate, en serio, explícame qué...

—No hay nada que explicar, Rubius. Todo fue un enorme y jodido error. No siento nada por Luzu, nada. —Quackity seguía haciendo énfasis en la palabra nada y Rubius ya comenzaba a cabrearse.

—Okay, Quackity, pero...

—Nada, Rubius, entiende...

—¡Quackity, joder, déjame terminar de hablar! ¡Maldita sea! —Incluso después de gritar, golpear la mesa y hacer notar lo enojado que estaba, Quackity seguía luciendo inquieto y Rubius ya estaba harto—. Si de verdad no sientes nada, ¿por qué estás tan desesperado?

Quackity se quedó mirándolo un rato, un largo rato, para después levantarse de la silla y salir de la cocina, sin decir nada más. Rubius ya se estaba hartando en serio, hace años no veía a Quackity tan cerrado en sí mismo. Decidió seguirlo fuera de la cocina.

—No hemos terminado de hablar, Quackity.

—Déjame tranquilo.

Quackity no le miraba, la voz se le escuchaba temblorosa y seguía caminando hacia las escaleras. Rubius lo detuvo agarrándolo del brazo. Quackity se volteó a verlo, sin ganas.

—Puedes decirme, Quackity, puedes confiar en mí. Pensé que ya lo sabías. Siempre puedes confiar en mí, para cualquier cosa. Así que solo cuéntame.

Rubius le dedicó una simple sonrisa a labios cerrados, pero trató de transmitirle toda la confianza a Quackity en esas palabras y en su mirada. Parece haber sido suficiente, pues la máscara de Quackity fue derrumbándose poco a poco. Sus labios comenzaron a temblar y sus ojos brillaban por sus lágrimas contenidas.

you hate to love me [luckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora