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—No entiendo tu miedo, Luzu. Ya se rindieron, están pidiendo perdón, entregaron sus armas; ¿por qué no los has dejado salir?

Luzu sacudió su cabeza. Vegetta a veces era tan correcto que llegaba a rozar lo ingenuo. Creía demasiado en la bondad de las personas, en segundas oportunidades. A pesar de todo por lo que le habían hecho pasar, seguía manteniendo esperanza en sus amigos, por más que estuviesen en el bando contrario.

Luzu, hacía dos semanas y tres días, aún creía en segundas oportunidades.

—¿Cómo es posible que absolutamente todos los revolucionarios de repente decidieran darle la espalda a Quackity?

—Pues como dijo Alexby, él y Rubius se dieron consiguieron convencer a los revolucionarios cuando vieron Quackity ya estaba llegando a su límite. La máquina de la verdad lo comprobó.

Rubius. ¡Rubius! Rubius que se deleitaba en el caos. Rubius que había empujado y proporcionado todo para que Quackity hubiese llegado al punto en el que estaba. Rubius al que Quackity prácticamente había preferido desde el inicio a pesar el maltrato y los malos ratos cuando Luzu siempre había estado ahí cuidándole, protegiéndole, consolandole, no como él.

"Mi pato." La memoria aún era un martillazo en su cabeza.

Rubius, que no había dicho una sola palabra durante el interrogatorio. Sólo se había sentado ahí, asesinándole con la mirada, mientras dejaba a Alexby hablar por los dos. Luzu no confiaba en él, y si no había pensado en creer una sola palabra que saliera de su boca, ahora el silencio de él conseguía prender alarmas en su cabeza.

Luzu relajó sus manos. No sabía cuándo las había apretado en puños con tanta fuerza que no sentía su sangre circular.

—Esto podría ser con facilidad un caballo de Troya, Vegetta. Fingen rendirse, los dejamos libres por la ciudad, y luego nos emboscan. Debo ser cuidadoso.

—Ya llevan tres días en la cárcel, ¿cuánto tiempo más piensas mantenerlos allí?

Hasta que aparezca Quackity.

—El tiempo que sea necesario. 

anatomía de un volcánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora