Media hora más, pensó Hyun Joong, y terminaría de colocar el tabique del dormitorio principal. Quizá incluso se animara a aplicar la primera capa de yeso. Miró su reloj: a esa hora, los chicos ya habrían regresado a casa de la escuela. Pero ese día venía la señora Eunji, y se quedaría hasta las cinco.
Eso le daría margen suficiente para terminar de instalar el tabique de pladur y volver a casa a tiempo. Pensó en comprar una pizza de camino. No le importaba cocinar, pero le molestaba el tiempo que le quitaba: pensar las recetas, elaborarlas, limpiarlo todo después. Seis años como padre soltero le habían hecho tomar conciencia de lo duro que resultaba el trabajo doméstico y de lo mucho que había trabajado su madre, un ama de casa a la antigua usanza.
Interrumpiéndose por un momento, se dedicó a contemplar el dormitorio principal. Había tirado abajo paredes, levantado otras, reemplazado las antiguas ventanas de un solo cristal por otras de doble. Dos claraboyas gemelas dejaban entrar la luz otoñal. Ahora había tres amplios dormitorios en el primer piso del viejo caserón, en lugar de las tres habitaciones y el larguísimo pasillo de la primera estructura. El dormitorio principal albergaría un cuarto de baño lo suficientemente grande como para contener una bañera y una cabina de ducha.
Si se ajustaba al calendario, la casa podría estar terminada para Navidad. Y, para principios de año, lista para ser vendida o alquilada. «En realidad debería venderla», pensó mientras acariciaba el tabique que acababa de levantar. Tenía que superar aquel sentimiento de posesión que le embargaba cada vez que trabajaba con una casa.
Suponía que debía de ser algo hereditario. Su padre se había ganado muy bien la vida reformando casas. Hyun Joong había descubierto la satisfacción que daba poseer algo que uno había hecho con sus propias manos. Como la vieja casa de ladrillo en la que Young Saeng residía actualmente. Se preguntó si sabría que tenía más de siglo y medio de antigüedad. Si sería consciente de que estaba viviendo en un edificio histórico.
Y se preguntó también si volvería a quedarse sin gasolina otra vez.
Mientras recogía las herramientas y la cinta adhesiva, volvió a pensar en Heo Young Saeng, pese a saber que no debía hacerlo. Los donceles daban problemas. De una manera u otra, siempre acababan dando problemas. Bastaba mirar una sola vez a Young Saeng para darse cuenta de que él no era ninguna excepción.
No había seguido su consejo de dejarse caer por el auditorio para asistir a los ensayos. Había querido hacerlo un par de veces, pero su sentido de la prudencia lo había disuadido de hacerlo. Young Saeng era el primer doncel en mucho, mucho tiempo que le había removido algo por dentro, pensó ceñudo. Y eso no podía ser. Tenía demasiadas obligaciones, demasiado poco tiempo libre y, lo que era aún más importante, dos hijos que constituían el centro de su vida.
Fantasear con un doncel ya era bastante malo. Hacía que un hombre se volviera lento en su trabajo, distraído… e inquieto. Pero hacer algo al respecto era aún peor. Hacer algo significaba que había que encontrar temas de conversación y maneras de entretener. Un doncel esperaba que lo llevaran a sitios, que lo trataran bien. Y una vez que uno empezaba a enamorarse de él, a enamorarse de verdad… entonces ese doncel adquiría el poder de destrozarle el corazón. Hyun Joong no estaba dispuesto a volver a arriesgar su corazón. Y ciertamente tampoco el de sus hijos.
No compartía ese absurdo que decía que los niños necesitaban el amor de una omma. La omma de los gemelos no se había preocupado por ellos. A una omma no le salía la veta maternal por el simple hecho de serlo: eso sólo le hacía físicamente capaz de tener hijos. Asunto diferente era que los quisiera.
Dejó de pegar la cinta adhesiva y maldijo entre dientes. No había pensado en Jae Joong en años. Al menos no a fondo. Cuando lo hacía, se daba cuenta de que todavía le dolía, como una vieja herida que hubiera curado mal. Se lo tenía merecido, por haberse dejado afectar tanto por cierto castaño…
Disgustado consigo mismo, colocó la última tira de cinta adhesiva. Necesitaba concentrarse en su trabajo, y no en un doncel. Decidido a terminar lo que había empezado, bajó las escaleras. Tenía más cinta adhesiva en la camioneta.
La luz se iba apagando con la cercanía del atardecer. Los días se hacían más cortos. Menos tiempo para trabajar.
Había bajado los escalones y se encontraba en el sendero de entrada cuando lo vio. Estaba frente al jardín, contemplando la fachada y sonriendo levemente. Llevaba una chaqueta de ante, una camiseta color naranja y unos vaqueros desteñidos. Cargaba al hombro un maletín flexible que parecía viejo y gastado.
–Hola –un brillo de sorpresa asomó a los ojos cuando lo miró, despertando inmediatamente sus sospechas–. ¿Es ésta una de tus casas?
–Sí –Hyun Joong pasó de largo frente a él, hacia la camioneta, arrepentido de no haber contenido el aliento. Su perfume era tan sutil como penetrante.
–Sólo la estaba admirando. El trabajo de la piedra es fantástico. Parece tan sólida y segura, rodeada de tantos árboles… –aspiró profundo. El final del otoño se anunciaba en el aire–. Va a hacer una noche estupenda.
–Ya –localizó la cinta y, haciéndola girar entre los dedos, se volvió hacia Young Saeng–. ¿Te has vuelto a quedar sin gasolina?
–No –rio–. Me gusta pasear por el pueblo a esta hora del día. De hecho, me dirigía precisamente a casa de tu hermano. Está cerca de aquí, ¿no?
Hyun Joong lo miró entrecerrando los ojos. No le gustaba la idea de que el hombre en el que pasaba tanto tiempo pensando frecuentara a su hermano.
–Sí. ¿Por qué?
–¿Por qué… qué? –repitió, distraído.

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Una omma por navidad. ☃️
RomanceUna omma por navidad. ☃️ Sinopsis: Los gemelos Kyungsoo y Youngsoo habían pedido a Santa Claus un único regalo: ¡una omma! ¿Conseguirán al final los gemelos su regalo de Navidad?