Capítulo 21: Nadie me escuchaba

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Paz.

Silencio.

Cuando abrí los ojos me sentí desorientada, pero de inmediato volví a la realidad donde me encontraba tirada entre arbustos mirando el cielo azul.

«¡La puta madre!».

Abrí mejor los ojos y tosí, luego intenté levantarme, pero estaba atrapada debajo de hierros y maderas. Quise tirar y escapar, pero lo único que logré fue sentir un terrible dolor en la pierna que me hizo gritar.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —Me retorcí por el agudo dolor que sentí. ¡Era insoportable!

Respiré tratando de tranquilizarme, pero empezaba a sentirme más adolorida. Un poco de sangre corría desde mi cabeza hasta la mejilla, mezclándose con las lágrimas que se me habían escapado momentos antes. Tenía varios raspones y ese fuerte dolor en la pierna derecha que se encontraba atrapada bajo una de las maderas más grandes. Arriba podía ver lo que quedaba del mirador, donde noté que la plataforma de madera se había desplomado, cayéndome yo también con ella.

—¡Ayuda! —grité esperando que alguien me escuchara—. ¡Ayuda! Por favor. —Mi garganta dolió por gritar tan fuerte.

El mirador estaba en la parte que no podía verse desde el pueblo, en la parte más alta del cerro, casi en la cima. Me di cuenta de que estaba sola ahí y volví a desesperarme por intentar salir, pero esa madera presionaba mi pierna y nada podía hacer para sacarla.

—¡Carajo! —Empujé la maldita madera, pero estaba muy pesada—. La puta madre... ¡Ayuda! —grité otra vez con desespero.

Nadie me escuchaba.

La madera grande y pesada tenía presionada mi pierna, pero no la había aplastado porque había otras más pequeñas que la sostenían. Me aliviaba un poco eso, pero me asustaba el hecho de no poder salir de ahí, si tiraba dolía una barbaridad y si la empujaba podía correr el riesgo de aplastar por completo mi pierna y pie.

Me sentía adormecida de tanto estar en la misma posición, así que busqué una manera más cómoda, para eso saqué la mochila de mi espalda y agradecí de tenerla conmigo, porque cuando la abrí vi la botella de agua que tenía hasta la mitad y el chocolate que me regaló Julián, al menos tenía algo para comer y tomar durante mi estadía en el cerro.

Agarré mi celular de porquería que estaba apagado e intenté prenderlo, lo primero que dijo la pantalla fue que lo pusiera a cargar y de inmediato el aparato se apagó.

— ¡Pero qué basura! ¡Cuando más lo necesito! —grité, sintiéndome arrepentida de haberlo usado tanto en la escuela para escuchar música.

Respiré hondo y traté de relajarme, miré el cielo y vi las pocas nubes esponjosas que pasaban impulsadas por el viento; las ramas de los árboles se mecían con suavidad y a lo lejos se oían las aves silbando. Era un lugar hermoso, pero a la vez solitario. Iba a ser terrorífico por la noche, por eso tenía que salir de ahí, cueste lo que cueste.

La poca tranquilidad que había obtenido se me borró cuando pensé en la noche... Ahí comencé a respirar más agitada, sintiendo mi corazón bombeando en mi pecho.

—Mirador de mierda. —Golpeé una madera con el puño—. ¡De mierda!... ¡Ayuda! ¡Por favor! ¡¿Hay alguien?! ¡Sáquenme de acá! La puta madre...

Cuando mis gritos e insultos se apagaron por el dolor de garganta que tenía debido a la angustia y la forma desesperada en que había gritado, el lugar quedó en silencio. Tanto silencio que me molestaba y también asustaba.

No pude aguantar y dejé salir las lágrimas que corrieron por mi cara hasta mi cuello, sentí escalofríos cuando el viento las heló sobre mí, por eso las sequé con mis manos llenas de polvo y sangre.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora