"La sala de espera estaba vacía. Tenía suerte: no iba a perder mucho tiempo. Camino rápido hasta el único sillón. Al sentarse, le pareció notar algo en el asiento y se levantó. No había nada, el cansancio le hacía imaginarse cosas. Se sentó nuevamente. Cerro los ojos e intento descansar. Los almohadones eran más mullidos de lo que parecían. Tal vez por eso, recordó cuando era chico e iba a nadar al rio. Revivió el placer de sumergirse. El sillón se acomodaba cada vez más a su cuerpo."
... y estaba cada vez más cómodo. Cómodo en el sillón, cómodo en los lugares donde divagaba su mente. Pero no podía quedarse dormido, el médico podría llamarlo en cualquier momento, además estaba el otro asunto.
Sin embargo, su fuerza de voluntad no fue suficiente. De pronto, estaba en el sillón de la casa de su abuela. Él era chico, debía tener unos diez años, y a su lado estaba su hermano. Acababan de acordar en ir a jugar a la vereda, iban a jugar a ser un piloto y su avión.
Cuando salieron, se ayudaron con los escalones de la entrada de la casa para que su hermano pudiera subirse a su espalda y despegaron. Corrieron por toda la cuadra hasta que él se cansó y comenzó a acercarse a los escalones para que su hermano pudiera bajar, pero este comenzó a quejarse, a mover las piernas, a gritar. No quería dejar de jugar. Logro así que su hermano mayor cayera hacia adelante golpeándose la boca con los escalones y perdiera una paleta, una definitiva.
De pronto escucho una puerta abrirse, ¿era su abuela? No, era el dentista. Lo llamaba: "señor Gonzales, su turno"
Se levantó del sillón, confundido. Pues, que rara coincidencia había sido soñar eso. Justo el día que se le había caído la prótesis del diente camino al funeral de su hermano.