Capítulo 3: Lucemond

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Año 130 d.C.

Lucerys

En los grandes jardines de la Fortaleza Roja, se encontraba alzada una pequeña carpa de telas azules, esta cubría diferentes mantas, almohadas y cojines que estaban sobre el césped. Tres personas se encontraban sobre las almohadas, éstas eran la princesa Rhaenyra, la princesa Rhaenys y el príncipe Lucerys.

—Te noto algo pálido y cansado, Lucerys — Mencionó Rhaenys, mientras pasaba una de sus manos por la mejilla derecha de su nieto. —Si no te sentías bien no tendrías que haberte molestado en venir.

—Agradezco su preocupación, princesa, pero habría sido muy descortés de mí parte el rechazar su invitación, — Dijo Lucerys, mientras aceptaba la caricia de su abuela y se abanicaba a si mismo. No era un día caluroso, pero el pequeño príncipe de 15 años sentía que el calor en sus entrañas rivalizaría con el fuego de Arrax. —más aún después de que volara desde Marcaderiva solo para acompañarme en el parto.

Rhaenys solo le sonrió en respuesta. Lucerys siguió abanicándose mientras se deleitaba con las canciones del bardo que su madre había llamado; la princesa Rhaenyra tenía la mirada fija en el hinchado vientre de su hijo, Lucerys estaba en su último mes de embarazo y hacía ya dos meses que había comenzado a usar vestidos debido a su actual anchura.

Rhaenyra observó a su hijo, su cuerpo pequeño -no apto para un vientre tan grande-, su piel pálida y sudorosa, sus cabellos castaños y alborotados, sus ojos claros -estos habían cambiado de marrón a un verde claro poco después del sexto mes de gestación-; la imagen de la fallecida reina Aemma pasó por la mente de la princesa. Su dulce hijo era una imagen vívida de su madre.

—¿Madre? — la llamó el pequeño príncipe — ¿Qué ocurre? Tienes la mirada pérdida,  ¿Te encuentras bien?

Rhaenyra mostró una débil sonrisa — Si, mí dulce. Estoy bien, sigo algo cansada, eso es todo.

Lucerys la miró con tristeza; su madre estaba delgada y con horribles ojeras debajo de sus ojos; la pérdida de su hija, la princesa Visenya, fue un duro golpe para toda la familia. No quería recordar los incesantes gritos de su madre esa noche, el miedo lo había hecho encerrarse en su habitación, solo acompañado por sus hermanos Joffrey, Aegon y Viserys, Daeron y Rhaena fueron a verlos cuando los gritos terminaron y se quedaron con ellos, hasta la mañana siguiente, cuando tuvieron que salir para el funeral de la princesa.

Ya habían pasado varios meses de eso, pero el peso en los hombros de su madre seguía visible, al igual que el dolor en los ojos de Daemon.

—Lucerys — Rhaenys llamó su atención.

—¿Sí, princesa? — Volteó a mirarla.

—No solo vine para apoyarte y conocer a mí bisnieto, antes de venir recibí un cuervo de mí marido — la sonrisa de Lucerys se borró —. Corlys dice que estará aquí para dentro de media luna. Dice que no se perdería el conocer a su pequeño nieto.

La sonrisa nerviosa que Lucerys le mostró a su abuela denotaba el poco entusiasmo del chico.

No lo malentiendan, Lucerys amaba a su abuelo, pero el regreso de Corlys significaba que, después de dar a luz a su propio heredero, Lucerys tendrá que irse a Marcaderiva, con su hijo y su… esposo.

Ya no tendría a su madre con él, Daemon no estaría para protegerlo, Jace no lo ayudaría a olvidar sus penas, Joffrey, Aegon y Viserys no se pasearían a su alrededor preguntándole cuando podrán jugar con su sobrino por nacer.

Estará solo, con Corlys atosigandolo con aprender a capitanear su propia flota y Aemond mirándolo con desprecio, recalcando lo inútil que es por marearse al subir a un barco siendo el futuro Señor de las Mareas.

Avy JorraelanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora