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Otro día llegó y con el vino el cumplimiento de una promesa

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Otro día llegó y con el vino el cumplimiento de una promesa.

Durante el transcurso del día, un par de niños separados por un gran campo de trigo y los miedos de una sociedad, no dejaban de pensar en el momento en que llegará la tarde. Cuando finalmente llegó, Annabeth se escabulló hacia el enorme campo de trigo.

Ella miró a su alrededor en busca de su nuevo amigo, al no verlo decidió ir hacia el viejo roble y se sentó en el mismo lugar en el que lo había hecho la tarde anterior.

Annabeth contempló el horizonte durante algunos segundos, el sol se sentía ligeramente tibio contra su piel. Ella pensó que quizá por eso era que Percy aún no había llegado. Así que decidió esperarlo unos minutos más, algo que realmente no tuvo que hacer, pues unos segundos después ella sintió una brisa helada que alzó varios de sus rizos rubios. El mismo tipo de brisa que se siente cuando sucede un movimiento rápido muy cerca. Con ello la rubia se asustó hasta que escuchó unas risitas sobre su cabeza.

Annabeth alzó la mirada solo para encontrarse a Percy sobre una rama del viejo roble.

—Si viniste —comento Percy con cierto tono de emoción y brillo en sus ojos al notar que finalmente parecía tener una nueva amiga.

—Te dije que vendría, ¿Recuerdas? —le recordó Annabeth.

—Sí, pero pensé que no te vería más... —comentó Percy mirándola desde lo alto, para después poner un pie en el aire y caer frente a Annabeth sin siquiera hacerse un rasguño o expresar alguna mueca de dolor, por ello—. Eres rara.

Aquel último comentario desconcertó un poco a Annabeth, pues ella sabía que no era como otras niñas, pero en este contexto no sabía muy bien a que se estaba refiriendo Percy, pues él era el vampiro que aun con algunos rayos de sol parecía no sufrir ningun daño.

—Lo dice el vampiro —respondió un poco a la defensiva.

—Exacto, soy un vampiro, de esos que asustan, y estoy contigo, una humana y no has huido. Me agrada eso Annabeth, eres muy rara, en el buen sentido de la oración —comentó queriendo que ella entendiera las razones por las que había llegado a esa conclusión.

—Pues tú eres un vampiro y estás aquí hablando conmigo, seguro eso es algo que no muchos vampiros hacen —comentó Annabeth.

—Pues no, pero no porque no queramos, de hecho, podría decir que somos muy amistosos, sin embargo, son los humanos los que no quieren acercarse a nosotros demasiado, incluso mi padre me contó cómo fueron rechazados él y mi madre de varios lugares antes de comprar la casa —espeto sin mirarla.

Annabeth se empezó a sentir culpable por eso, pues, aunque no lo hubiera hecho ella, sentía responsabilidad por cómo los habían tratado los demás humanos. Ambos se quedaron en silencio hasta que ella puso su vista en el árbol.

—Tengo una pregunta, Percy —dijo poniendo una mano en la corteza rústica del roble —. ¿Cómo es que subiste tan rápido este árbol, si es tan alto?

Cuando el sol este muriendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora