III: Plática con un muerto

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¿Cómo es que moriste?, pregunté. No recordaba cómo había llegado ahí. Era un cuarto oscuro iluminado solamente por una luz que venía de un techo que no alcanzaba a ver. Él estaba enfrente de mí y su rostro parecía no tener ninguna expresión facial. Lo único que tenía seguro en ese preciso momento era que el hombre que se encontraba sentado enfrente de mi ya no tenía vida. No me preguntes cómo lo sé, simplemente el frío del cuarto y la presencia de esta persona me daba a entender que su corazón ya no estaba latiendo.

Ni siquiera estaba seguro si me iba a contestar mi pregunta, así que insistí. Volví a preguntar. ¿Cómo es que moriste?

Y con un hilo muy suave de voz me respondió: Ya no lo recuerdo, fue hace tantos años. Su voz era como la ceniza de un cenicero, era como el soplar del viento. Muy lento y casi imperceptible. Esa no es la pregunta correcta para una situación como esta muchacho, me dijo también.

Entre más hablaba, su apariencia iba tomando cada vez más nitidez. No diría que era una persona anciana, era mayor si, pero algo era extraño. No tenía ni un solo pelo en su cabeza, su piel era grisácea, su boca era un hilo sin labio alguno y su nariz era grande. Pero lo interesante estaba en sus ojos. Eran dos enormes cuencas que parecían estar vacías y sumergidas en dos gigantescas ojeras. Pero muy en el fondo, estaban dos pequeños ojos brillantes de color azul casi gris. Eran ojos tristes.

Al final del todo, las razones dejan de importar, el cómo abandonas este mundo no importa dijo aquel hombre. Después de eso vienen muchas otras cosas más importantes.

¿Cómo?, ¿Después de la muerte?

Así es, los verdaderos errores vienen después de que dejas de respirar, me contestó.

Muy en el fondo, sus palabras me resonaron en mi mente y mi corazón. No voy a mentir, me aterrorizaba la idea. ¿Qué demonios podía ser peor que la muerte?

Mientras más hablaba con ese hombre, el cuarto se sentía cada vez menos frío. Era una sensación extrañamente familiar el entablar una conversación con ese ser, lo suficiente para sentirme acogido en su ambiente.

La muerte entonces, ¿duele?. Esto fue lo único que mi mente pudo decir tras un calvario de posibles preguntas. No seas tan estúpido Luis, tu sabes que puedes hacer mejores preguntas, vamos. Dijo el hombre. Por primera vez en la conversación pude notar un gesto en su rostro. Algo que bajo muchas comillas podía interpretarse como una sonrisa pero no estoy seguro.

El dolor no significa nada cuando dejas de sentir, el dolor solamente existe cuando tienes una posibilidad de salvarte pero cuando estás condenado a morir, créeme que no eres capaz de sentir dolor físico. El pesar y la angustia de saber que vas a morir dura solamente lo que un grito en las manos. Nada.

Los seres queridos que se quedan ahí experimentan todo ese dolor entonces, agregué. El hombre de nuevo hizo ese gesto microscópico evocando una pequeña sonrisa. Sus mejillas se arrugaban y se quebraban como la tierra de un riachuelo seco. Ahora sí estás entendiéndote mejor Luis.

¿Qué pasa una vez que dejas el mundo terrenal? pregunté.

Pasan varias cosas a la vez, recuerdo el destello de luz en mis ojos, ver mi cuerpo por abajo y ascender, pero todo pasa tan rápido que no te das cuenta y de pronto, estás por tomar una decisión de nuevo.

¿Una decisión? pregunté confundido.

La pregunta es sencilla, ¿te quieres quedar o te quieres ir?

El ambiente cada vez se sentía más y más pesado. Era como si la densidad del aire bajara repentinamente. Sentía mucho miedo. Quería salir de ahí pero estaba petrificado con los pies como si estuvieran pegados al piso, un piso que hasta ese momento no había visto. Un piso inexistente, una estela de humo me impedía la visión hasta mis pies. Entre la oscuridad del lugar y la densidad del aire era difícil distinguir siquiera que traía puesto. Y entonces lo noté. Llevaba una camisa negra que usaba para salir de antro, unos pantalones nuevos de mezclilla oscura y aunque no podía verlos, suponía que traía mis botas formales negras que usaba para salir. Todo esto era muy raro.

La pregunta es sencilla, pero no creo que en realidad así lo sea. Dime, qué implicaciones tiene quedarse y qué implicaciones tiene irse.

El ser se recargo en su asiento en modo confiado, sonreír le estaba desfigurando su rostro. Era aterrador ver cómo sus ojos desaparecen con la sonrisa. No tenía dientes, solo un par de encías blancas se asomaban de su boca sin labios.

Ahora sí, estamos hablando, contestó confiado. La voz te propone que te quedes en el mundo de los vivos deambulando por ahí, sin que te observen ni que puedan interactuar contigo, solamente estarás viendo tu lo que pasa, nada más. ¿Y la otra opción? respondí apresurado. La otra opción es trascender al más allá y, con suerte, caer en un nuevo ser vivo que nazca por ahí. Aunque puede nunca pasar muchacho...

¿La segunda opción es la reencarnación?

Así es, o más bien la promesa de una.

La primera opción parece más convincente, ¿no? dije ingenuamente.

La primera tiene un par de reglas...sí, podrás bajar y ver lo que pasa en el mundo de los vivos pero no podrás interactuar con nada y tu cuerpo físico no va a desaparecer del todo.

¿A qué te refieres con que no va a desaparecer del todo?

No serás nada, pero vas a tener necesidades, vas a necesitar comer, tomar agua incluso sentirás lujuria, envidia, ira...

Pero dijiste que no podías interactuar con nada, ¿Cómo es posible que...

Exacto... estás condenado a vivir con hambre, sed y desesperación. Pagaste el precio por continuar tu miserable vida con la esperanza de no abandonar a tus seres queridos pero los inocentes que creen en esa fantasía desconocen las consecuencias de una vida eterna. Verás a tus seres queridos llorar por ti, seguir adelante sin ti, morir y encontrarlos de nuevo frente a ti para darles las opciones que tienen con la esperanza de que no comentan los mismo errores que tu. Encontrarlos en este mismo cuarto.

¿Estoy muerto también?

Luis, escoge la segunda opción, sé lo que te digo.

¿Papá...?

Colección Emisaria de TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora