IV: Una trenza en la noche

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Te voy a contar una historia que experimentó mi hermana hace muchos años cuando ella vivía en un pueblo pesquero a las afueras del estado. Ella se encontraba ahí cumpliendo con sus años de servicio social antes de titularse como doctora especialista. En este pueblo se contaban muchas historias y leyendas pero mi hermana al ser muy escéptica nunca creyó nada de lo que se hablaba hasta que un día, ella jura y perjura que vió con sus propios ojos algo que aún hoy por hoy la atormenta en las noches.

La historia se remonta a los primeros meses. Ella vivía en un departamento algo céntrico del pueblo, era necesario que se encontrara cerca de la clínica para estar a tiempo en cualquier emergencia que pudiera ocurrir. Todo el pueblo la conocía como "la Doctora" y se había hecho cargo de muchas personas por lo que la respetaban y la querían mucho. En ese lugar los habitantes eran en su mayoría gente anciana, personas ya muy grandes de edad y una que otra familia con sus hijos. Mi hermana decía que era un pueblo al que los nietos podían ir a abandonar a sus viejitos, algo así como un asilo.

Debido a esto, dice que había muchas creencias extrañas en el pueblo. Cada que platicaba con sus vecinas, estás siempre tenían una recomendación esotérica para los males del diario. Fuera de todo esto, ella tomaba todo como un gesto de sabiduría. Al final, un par de veces aplicó esos remedios milenarios a su propio día a día.

Dice que todo empezó una mañana cuando despertó un día cualquiera y notó que de su cabello colgaba una trenza. Una trenza que ella no recordaba haberse hecho, es más, ella agrega siempre que debido a su trabajo la mayoría del tiempo tiene hecha en el cabello una cola de caballo y que nunca desperdicia el tiempo haciendo ese tipo de peinados elaborados. Le pareció muy extraño pero la deshizo y siguió con su vida. No fue hasta que al día siguiente y al día siguiente de ese, amanecía con la misma trenza hecha. Su mente escéptica la hizo investigar acerca de sonambulismo o lagunas mentales provocadas por el cansancio o la mala alimentación. Nada daba resultados convincentes, los casos registrados de sonambulismo que encontraba no decían de acciones tan específicas y los casos de lagunas mentales no tenían sentido ya que no era posible olvidar un proceso que implicase tanta destreza como ese.

Ya habían pasado un par de días más desde la última vez que investigó sobre ese fenómeno y aún no encontraba respuestas. Hasta que un día por pura curiosidad le preguntó a la señora que era su vecina de ese entonces. Una señora de edad mayor, con el cabello canoso y corto, algo encorvada de su espalda y con ese aire místico misterioso que dan las viejitas de los pueblos.

La sorpresa de mi hermana fue que cuando le contó acerca de la trenza la señora cambió su semblante de inmediato. Su rostro amable y amigable cambió repentinamente para denotar una cara de curiosidad y sorpresa. "¿Una trenza dices?" dijo con una voz carrasposa que le puso a mi hermana los pelos de punta. "Tenemos que hacer algo en esta misma noche, puede ser muy peligroso" continuó la anciana, "acompáñame..." y se metió a su casa.

Mi hermana cuenta que cuando entró le sorprendió ver que las paredes estaban pintadas de un color rojo escarlata, tenía aparte en ellas pegadas muchas imágenes de santos que desconocía su procedencia y figuras talladas en madera que no lograba encontrarles forma. Era una casa vieja que olía a incienso y madera, las cortinas no se habían limpiado en años y el comedor estaba repleto de cosas que mi hermana siempre denomina como "cochinero". La anciana la dirigió hasta un cuarto que parecía como un estudio. Mi hermana describe este lugar como que los libreros se alzaban hasta el techo y había escritores y mesas por doquier, un lugar sucio lleno de polvo, tierra y olores diversos. La viejita sacó de un cajón viejo de madera una botella llena con un líquido amarillento y una cajita sucia. Se la dio a mi hermana y le dijo, "hoy en la noche, vamos a poner esto en tu mesa de comedor y esperaremos hasta que aparezcan".

Cuando cuenta esta parte, siempre notó que se pone algo tensa, le aterrorizaba la incertidumbre pero dice que no se atrevió a preguntar qué era eso a lo que se refería la anciana. Creo que si hubiera preguntado, no hubiera continuado con esa cruzada y no hubiera visto lo que vio esa noche.

Cuando el sol cayó, la anciana tocó a la puerta de su casa y la dejó entrar. Se sentaron en el comedor y pusieron la botella y la caja. La botella no era más que de un tequila viejo destilado en no sé qué parte del país por muchos años pero lo que contenía la caja era lo interesante. Según lo que mi hermana cuenta, en la caja había una baraja española de cuarenta cartas. Las esquinas estaban corroídas por el tiempo y ya tenían ese tono característico amarillento. Las sacó y las puso en la mesa como si hubiera habido ahí una partida de póker, sacó el tequila y dejó caer algunas gotas en la mesa también, acomodo cuatro vasitos de cristal pulido, estaba tratando de simular una noche de juerga al parecer. La señora no decía absolutamente nada mientras hacía esto. Mi hermana no entendía qué estaba pasando pero tampoco quería saber.

Cuando terminó, agarró del brazo a mi hermana y la llevó hasta su cuarto. Cerró la puerta y apagó todas las luces. Le dijo que no hiciera ningún ruido y que esperara hasta que aparecieran. Mi hermana a ese punto ya comenzó a tener mucho miedo. No lograba conectar la trenza con ese escenario, todo parecía muy surrealista sobre todo que, ¿a quién iban a esperar? si ella se aseguró de cerrar ventanas y puertas de su vivienda. Es decir, ¿de qué estaba hablando esta viejita loca?

Por ahí de las dos de la madrugada después de durar alrededor de tres horas en completo silencio, mi hermana relata que comenzó a escuchar ruidos. No lo podía creer, los ruidos venían precisamente del comedor. La anciana esbozó una sonrisa, cómo si ella siempre hubiera sabido con certeza qué es lo que iba a pasar. Abrió lentamente la puerta del cuarto y los pudo ver. Eran horribles. Eran dos, uno estaba arriba del comedor y el otro estaba intentando sentarse en la silla dando la espalda a mi hermana y la anciana. Estaban completamente desnudos, su piel era de color carne como la de los humanos pero había algo más. Tenían brazos y piernas muy largas y delgadas; tanto; que cuando quedaban dobladas parecían las ancas de una rana. Su espalda era curvada y estaban tan mal alimentados que se podían ver sus vértebras asomándose por su piel. Parecían gatos esfinge pero enormes y muy amorfos, sin mencionar que su cara no era la de un felino. Era la cara de un hombre, un rostro demasiado humano para ser real, solo que las facciones eran muy desproporcionadas. Una nariz enorme, una boca con unos labios muy grandes y ojos muy pequeños, sus pies y sus manos eran peludos y muy grandes a comparación del resto de extremidades.

Estaban encima de la mesa agarrando las cartas y los vasitos de tequila, haciendo un completo desastre. Parecía como si intentaran imitar a los seres humanos, mi hermana plantea que no sabe si por mera imitación o por burla a nosotros. Emitían sonidos muy sutiles pero que una vez que los percibían era repugnante. Eran como chillidos de cerdo pero más agudo aún. Dice mi hermana que estaba hipnotizada observando a estos seres cuando las palabras de la vieja la sacaron de ahí, ella dijo "son chaneques". Mi hermana en ese momento pensó que esto no era cierto, que no podía ser real y de un solo movimiento la anciana se paró y corrió a la mesa con un bastón en mano a atacarlos. Logró conectar un par de golpes al que estaba encima de la silla, cayó al suelo chillando y el segundo fue tras de él a ayudarlo.

La anciana, aquella viejita amigable y amistosa que saludaba a mi hermana todos los días por las mañanas mientras regaba sus plantas, en ese instante era una mujer completamente distinta. Parecía que estuviese poseída por algo o alguien porque su nivel de violencia ante estos chaneques era extrema. Los golpeaba con su bastón como si los odiara y lo que llamó la atención de mi hermana es que estos seres no devolvían el ataque, solo intentaban protegerse de los golpes. Fue aterrador. Al final, los seres corrieron hacía una ventana que momentos atrás estaba cerrada y escaparon.

La señora agitada, cansada y con una sonrisa de oreja a oreja le dijo a mi hermana, "no te van a volver a molestar nunca" y soltó el bastón en el piso. No había ni una gota de sangre derramada en ningún lado. Mi hermana no pudo volver a ver a su vecina de la misma manera, pero lo que es cierto también, es que nunca volvió a amanecer con una trenza en el cabello.

Colección Emisaria de TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora