Cap. 3 La dueña de la cocina

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Algunos de los diálogos contienen modismos Mexicanos
(...)

Tacámbaro Michoacán, México, 1843.

Virginia

Siempre tengo una y mil cosas que pensar, ahora con tanto tiempo libre me resulta fascinante la mente y como con tener un poco de dinero puedes dormir más horas. Mi habitación es más grande que los cuartos donde vivíamos y la cama tan suave como las nubes me hizo dormir más de la cuenta. Estaba acostumbrada a ver los amaneceres mientras ordeñaba leche para ir a vender, pero ser asombrada por los rayos de luz entrando por la ventana me dejaron desconcertada. Abrir los ojos y despertar en una habitación tan bella como un palacio, cálida como un abrazo, era tan extraño, decir que toda esa habitación es mía, creo que la palabra aún me queda muy grande.

Papá no quiso que nos mudáramos hasta unas semanas después que comprara muebles, la casa en si misma es demasiado para los tres solamente y se que mi madre y yo nos llevaremos horas inalcanzables para poder limpiar cada rincón, ni siquiera se para que quiero tantos muebles, la cama y el cajón para mis cosas era más que suficiente.

–¡Virginia! Mija, ¿Estás despierta?— La voz inigualable de mi madre me hizo levantarme de inmediato y abrirle la puerta con varios intentos inútiles de por medio, tiene un cerrojo extraño con un gancho cuando antes solo colocábamos una viga de madera.

—Perdón mamá, aún no le entiendo a estas cosas. — ella lleva su rebozo de color negro cubriéndole la cabeza y los hombros, según  lo tiene desde que yo nací.— ¿Dormiste bien?

—Me siento rara— entró en la habitación y dio un par de pasos alrededor — es tan grande, tan no sé.

—Los vestidos y algunas cositas para la casa eran una cosa, pero, ¿Todo esto? No sé que haremos con tanta casa tan bonita, tú papá me dijo que contrató personas para limpiar y cocinar ¿Qué voy a hacer? Una esposa debe mantener limpio su hogar, con comida en la mesa ¿Me siento a comer todo el día o debí ayudarle a las personas?

—¡Ama!— exclamé para llamar su atención. Se detuvo de las vueltas que daba por la habitación y con una de sus manos lista para morderse las uñas. — Papá me dijo que traería a una maestra para enseñarme a leer y escribir como una señorita de sociedad y a alguien para enseñarme esos bailes raros de la gente de dinero. Tome las clases conmigo, ándele.

—Chamaca ¿Cómo crees? Ya no estoy pa’ esas cosas, tu aún estás joven y eso te ayudará para encontrar un marido, pero yo ya estoy casada.

—Pero ¿Apoco no te gustaría aprender a leer la biblia?  O lo que sea ama, además, en los bailes y fiestas esos podrás bailar con papá ¿Qué no eres la señora de la casa? La señora de la casa debe aprender a hacer todo eso. — Ella me miró por unos segundos pensativa, volvió a caminar alrededor de la habitación y susurraba para si misma ciertas cosas que no lograba divisar.

—En eso tienes razón, debo aprender a ser de esas señoras riquillas para no quedar en vergüenza, aunque te aseguro que esas señoras no saben curar una olla.

—No creo que sepan prender leña.

Abrí el cajón en dónde tengo toda mi ropa, ahora es tan colorida y con vestidos tan bonitos, pero también tengo ropa que le denomino de casa, la que toda la gente usa, faldas largas, blusas y rebozos. Tomé algo de eso para vestirme, algunos meses atrás esto sería lo más lujoso que tendría para ponerme y ahora es la ropa de casa.

Cartas de Amor a mi Pueblo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora