Cap. 4 Entre el pizarrón y la aguja.

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Patzcuaro Michoacán, México. 1840

Fernando

Las mañanas son heladas aquí, unos asumen que es gracias al lago que tenemos a un lado del pueblo y otros dicen que está muy arriba, pero algo inigualable de las mañana de Pátzcuaro son sus colores en el cielo, de diferentes azules y dorados, casi como un cuadro. Tengo el privilegio de verlo todas las mañanas antes de ir a la escuela y disfrutar de la helada mañana.

Eso hizo que me quitara el sueño, pasé la noche en vela arreglando un pantalón de manta de uno de mis hermanos, la cintura me quedaba enorme y aunque las costuras no me gustaron por completo creo que funcionan. Cómo nuevo pasatiempo estoy arreglando toda la ropa que me dejaron mis hermanos para darles un uso adecuado, jamás había tenido tanta ropa en mi vida y me crea cierta felicidad saber que yo la arreglé y que puedo salir con ella a la calle. Se cortar tela y unirla, hacer la cintura más pequeña, un pantalón más corto o ponerle botones a las camisas y hacer pequeños bordados como decoraciones, pero lo que en verdad quiero hacer es aprender a bordar los guanengos y a crear las faldas que usa mi madre y todas las mujeres de Janitzio.

Simplemente son prendas preciosas, hechas desde cero. Mi abuela materna solía tener un telar, una máquina enorme dónde se colocaba el hilo y poco a poco se creaba la tela del material que fuera. La manta del Guanengo, blanca, blusa con cuello cuadrado suelta hasta las caderas, con hermosos bordados de flores de distintos colores en todo el pecho y la falda, esas gloriosas faldas, tan largas que llegan a cubrir los pies y pesadas como llevar a un niño amarrado a las piernas, con cientos de tablones alrededor de todo, de colores brillantes y amarrada a la cintura con una faja que daba varias vueltas para sostenerla. Eso quiero hacer yo, mi abuela las fabricaba y simplemente eran hermosas.

Eso me gusta hacer, me gusta hacer ropa, pero se que no puedo dedicarme a eso, solo he conocido costureras, la ropa la hacen las mujeres y lo más que podría hacer es usar un telar para hacer la tela. Mis padres no creo que estén muy contentos si les digo lo que en verdad me gusta, me dirían que eso es para mujeres y simplemente es la verdad. No me queda mucho tiempo para escoger, creo que lo más fácil es volverme maestro, sin duda ellos estarían orgullosos de tener a un hijo maestro y podré mantenerlos con eso en su vejez. Eso al final me hará feliz, ellos son tan buenos conmigo que debería pagarles así, con una buena carrera.

Sentí un dolor punzante cuando mi cuerpo calló en el suelo, me quejé por lo bajo he intenté levantarme rápido y ver qué había pasado.

—Oh chico, lo lamento, no te vi.— un hombre de mediana edad con gafas y un elegante traje me extendió la mano. —Iba a tomarle medidas a un cliente.— antes de tomar su mano para levantarme vi su maletín en el suelo, así que lo tomé y se lo entregué.

—¿Medidas? Debe ser usted arquitecto, me imagino que es para un señor de aquí del centro.

—Para un señor del centro sí, pero no soy arquitecto. — Soltó una leve risa y se quitó sus anteojos para limpiarlos, se habían empañado por el frío. —Le tomaré medidas para un traje, me mandaron a traer desde la capital.

—¿Morelia? Eso está un poco lejos— respondí, no me percaté de inmediato lo que había dicho primero, ¿Dijo hacer un traje?— Señor, si no es mucha indiscreción ¿Me podría decir a qué se dedica? Creo que escuché mal ya que oí que haría un traje.

—No escuchaste mal, muchacho, soy un sastre. Me dedico a crear prendas de vestir para hombres, a medida, camisas, trajes, corbatas, sacos, todo lo que necesiten.

No podía creer todo lo que sale de su boca, como si solo dijera fantasías para ilusionarme y después regresarme a la realidad. —¿Qué no solo las mujeres pueden hacer ropa?— estaba ansioso por su respuesta, sin duda debe de ser una broma o ¿Por qué no había escuchado antes de los sastres?

Cartas de Amor a mi Pueblo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora