Desesperanza VII

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Contraída por lo que eran recuerdos que azotaron su mente como un cubo de agua helada, Ana despertó de golpe, agitada, mareada y adolorida de todo el cuerpo. Sus muñecas y tobillos ardían como si le quemaran al rojo vivo, sus brazos y piernas no se podían mover libremente, al tirar de ellos con desesperación se percato de que estaba encadenada por grilletes de hierro oxidados, y al aclarar sus ojos en la penumbra, se dio cuenta de que se encontraba encerrada tras barras de metal.
Sintió como su corazón hecho un cumulo de emociones que le asaltaban, mordia su pecho en un aullido silencioso, y le costó mucho darle forma a lo que había sucedido en su mente, pues las memorias que eran como liquido helado de su espina hasta su cabeza, le lastimaban, fue cuando las lágrimas comenzaron a caer, y oculto su rostro entre sus rodillas, intentando resguardarse al abrazar su propio cuerpo desnudo, indefensa y herida.

En aquel momento, cuando escapaban desesperadamente en refugio de la noche oscura, tal y como lo habían previsto, guiados por aquellas notas, y la diligente astucia de Elisa, no se toparon con patrullas de sirvientes y elegidos, por lo que la caravana de exiliados, forajidos ahora de la nación sagrada, creyó esperanzados que lograrían atravesar las tierras áridas, dejando atrás lo que antes había sido su hogar y comenzar de nuevo, con la luz de a quien miraban como a una divinidad encarnada. Pero de la nada, la pequeña Lucia se dejó caer de rodillas sobre la árida tierra rocosa, fue como si le hubiera fulminado un rayo, y de su dulce rostro, las lágrimas no paraban de caer, viéndose completamente absorta, fuera de si, por lo que Ana tuvo la intención de acercarse para tomarla en brazos y seguir su camino, fue entonces que la masacre comenzó...
Ana apenas andaba a dónde su pequeña hermana, cuando entre la caravana alguien grito por la retaguardia en horror ahogado, los sirvientes que protegían a los forajidos fueron atacados de por los flancos en una lluvia de proyectiles que termino con la mayor parte de la guardia, los forajidos quisieron correr, escapar de la muerte, pero los Paladines salieron como un depredador que espera pacientemente a su presa, emboscándolos y atrapando o matando sin piedad a la mayor parte de ellos, hombres, mujeres y niños por igual.
Las dos hermanas en frenesí, lucharon intentando proteger a la pequeña que se miraba fuera de si, por lo que Ana llevo a su hermana menor a manos de Elisa cuando se vieron finalmente superados en numero, y combatió con la llama ferviente ardiendo en su pecho, teniendo en cuenta siempre la visión de su misión, aquello por lo que siempre se había dispuesto a vivir y morir, ningún enemigo habría mirando a una mujer pelear, menos aún de esa manera tan fiera, sin armadura, sin protección, sin ejército, Ana impávida permaneció entre los enemigos, y ese fue el rayo de esperanza, pues pudo ver a las sombras llegar, tomaban a los sobrevivientes y protegieron su escape. Mientras la joven y los pocos elegidos que prevalecieron tras el primer asalto, peleando en un círculo de muerte, mientras los paladines les abatían, fueron cayendo uno a uno, hasta que solo la joven quedó en pie entre aquella pila de cadáveres, bañada en sangre, exhausta, y con apenas aliento para mantener sus pulmones llenos.

Las lágrimas caían por el recuerdo de lo sucedido, pero sonrió ligeramente al saber que sus hermanas junto con otros pocos lograron escapar de aquella masacre, y fue esa pequeña esperanza la que le reconfortó, dedicando entonces sus pensamientos en su padre, estaba segura que le reprendería severamente por haber sido sometida. Ya no era una mujer libre por ley, pero no podía recordar lo que había pasado después, solo el dolor, y la desesperación que su cuerpo le arremetía.
Un sonido en lo profundo llamo su atención entonces, interrumpiendo su despertar, alguien había entrado en aquel oscuro recinto, y una llama brillante iluminó ligeramente aquella prisión.
Ana quedó atónita al observar aquel lugar lleno de miserables en agonía silenciosa, quizá la mayor parte de esos cuerpos yacían sin vida, y al verse expuesta en su desnudes ante un hombre alto y de fría mirada que llegó hasta ella, se contrajo en miedo y vergüenza.
-Tu padre crío a una verdadera bestia... No puedo evitar mirarte y verlo a el. Sus ojos mirándome con desprecio, con superioridad...-
Aquel hombre abrió la jaula, haciendo que la joven intentara protegerse con su cuerpo débil y apenas con las suficientes fuerzas para moverse, los tendones le dolían y los músculos también, apenas se había recuperado, quien sabe cuanto tiempo llevara inconsciente, pero aquel hombre sin dificultad le tomo y saco a la fuerza, azotándola contra el frío suelo, y ahí le aferro por los cabellos trenzados para alzarla hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los suyos.
-Le prometí que las castigaría con mis propias manos...-
La joven quería llorar y gritar, pero se contuvo para no darle la satisfacción a aquel hombre de mediana edad, su orgullo no se lo permitía, sentía dentro de si aun esa llama vibrante y se volvió con una ferviente mirada desafiante.
Aquellos ojos fríos le sostuvieron la mirada con profunda aberración, y le abofeteo con fuerza, reventando su boca e inflamado su pómulo, pero aún así, Ana se volvió sin llorar ni quejarse, solo con aquellos ojos fieros, manando sangre y saliva de su boca herida.
-Así que son iguales también en espíritu...- Apremio el terrible carcelero, mientras le acariciaba con aquellas manos ásperas el cuerpo, no de una manera perversa, aquel hombre noto el cuerpo resistente de la joven, evaluaba su condición de manera severa, y ella en reacción se contrajo a su tacto, intentando defenderse nuevamente, razón por la que le azoto una vez mas contra el suelo, llevando su pie por sobre las costillas de la joven y las comenzó a presionar.

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