Memories Box [E n C o r r e c c i ó n]

II

Se arrepentía.

Se arrepentía de todo lo hecho hasta ahora.

Quiso desaparecer por la suciedad que sentía, estaba acabado.

No era peor que nadie, pero se negaba a admitirlo. No se guardó todo pensamiento que lo hiciera añorarla y las angustias del después.

Esa triste noche lo iluminó el alumbrado público. Como hubiera querido que sea esa persona la que lo alumbraba, que sentía que era candida aunque a veces muestre lo contrario.

Si se arrepentía, pero eran mas fuertes sus pensamientos de, según él, lógico. No dejaría que otra vez el asunto se le fuera de las manos.

Romeo yacía sentado en su escritorio de laboratorio. Suspiró y tomó un par de papeles, que eran planos de un invento nuevo o bocetos al azar para ideas. Y comenzó a trazarlo con ayuda de un lápiz, iniciaba algo entorpecido el gráfico, pero con el pasar de los minutos estos se empezaron a verse mejor y eso llenó el amargo corazón del pequeño, imitó uno de los dibujos que Luna amaba pintar. Este era de una ninfa sentada en la luna. Derramó lágrimas por el recuerdo que se le vino. La albina tenía potencial artístico y lo aseguraba el científico.

—Antes era más tranquilo, ahora estamos tan distanciados.

«Soy tan bueno engañándome»

Suspiró él y enseguida arrojó el papel lejos.

Cerró la puerta cuando se marchó, detestaba esa sensación.

[Luna]

Luna observaba la fuente de la ciudad, poco después de quedarse sin hacer nada se sentó sobre el pasto del parque.

—¡Recuerdo este lugar! —exclamó asombrada.

Lucía igual que ayer, donde ambos eran felices, cuando hablaban de lo que sea o se inventaban un tema de conversación, donde Romeo la saludaba con la mano y se reía. Cuando se reían con cariño y no como objeto de burlas.

No existía esa frialdad en sus ojos como era su presente, pero ella se negaba a intentar regresar al pasado...

~••~

—Auch, ¡mmm! —Se quejaba un menor, se encontraba fuera de su casa y estaba a dolorido gracias a un susto que tuvo con una mini tostadora.

Eran las once de la noche y eso no era nada bueno, por la mañana tendría que ir a la escuela y habrían problemas con sus padres si se enteraban. El pequeño pelinegro sabía perfectamente las consecuencias si alguien de su familia supiera lo que hacía por las noches.

Agarró una de las herramientas que trajo y trató de sacarles un uso en su nuevo invento.

Sin embargo, uno de los tornillos que tenía se desapareció de la nada y empezó a rebuscar entre las demás herramientas.

—¿Dónde... Está?

Alcanzó su mano hasta una zona de repleta oscuridad y entonces la percibió.

—¿Estabas buscando esto, verdad? —dijo una niña.

Romeo suspiró y asintió.

Esa fue la primera mirada.