Capítulo 7 Al descubierto

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A la mañana siguiente, la coneja Nona viajó hacia una vieja madriguera. Los más ancianos, pasaban sus últimos momentos en estas construcciones, para poder estar en calma y evitar el repentino ataque de un depredador. Ésta en especial, permanecía intacta, oculta debajo de las raíces de un gran árbol.

Nona se introdujo dentro de ella, y transitó por un extenso túnel oscuro. Al final del recorrido, se topó con una puerta semicircular, elaborada con la firme corteza de un árbol. En la misma, atravesó un pequeño hueco, que en el pasado formó con sus dientes para poder ingresar cuando quisiera. Toda esa travesía mañanera tuvo su explicación, Nona planeaba llegar a una vieja Fedrea, que se refugiaba junto con el abuelo de Naila.

La habitación solía mantenerse en penumbras, ya que el anciano conejo humanoide había perdido el sentido de la vista, y su acompañante no necesitaba del fuego de las velas para visualizar el entorno, pero en esta ocasión, lo encendió para la invitada.

—Pequeña. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó la Fedrea en voz suave, mientras limpiaba el rostro tembloroso del abuelo. Apenas se podía visualizar un largo tapado cubrir la encorvada espalda y el largo cabello canoso caer sobre el suelo.

Nona saltó sobre una mesita de luz a un costado. Se detuvo un instante a contemplar al viejo conejo, quien había sido un miembro importante de la aldea, se trataba del carpintero del lugar. Naitan, como fue nombrado por su madre, de las primeras inmigrantes a las tierras templadas del norte, se separó de su hija, nieta y yerno, cuando estos se mudaron al castillo del Rey Empirio, para cumplir con su servicio. Nona lo recordaba siempre trabajando, regañando a los niños que ingresaban a su taller a jugar con los muñecos de madera sin permiso, levantando chozas destruidas por los temporales, llevando monumentos a Advaland y regresando feliz con los bolsillos llenos de monedas de oro.

La vida en aquel anciano parecía apagarse con el paso de los segundos, le costaba respirar y emitía leves quejidos, aliviados por el tierno roce de los huesudos dedos de su protectora. Nona se esforzó para que la pena no se manifestara en su actual apariencia, aunque no tuviera rasgos faciales, seguía siendo fácil descifrar sus emociones.

—No te entristezcas, pequeña. La muerte no existe sin la vida, y la vida no existe sin la muerte. Todo llegará a su fin algún día —le dijo la Fedrea tomando una llama de una vela entre sus uñas—. El fuego ha estado inquieto últimamente. A veces se torna azul, otras veces rojo, rara vez mantiene el color natural que los espíritus eligieron.

Nona siguió la luz anaranjada con la mirada, al mismo tiempo que le comunicaba el motivo de su visita, de una manera que solo algunos seres podían comprender.

—¿Naila protege a un bandido? —La Fedrea hizo que las débiles llamas danzaran con movimientos lentos entre sus dedos y continuó—: Un bandido de aura rojiza... dime cuál es tu temor, y te diré si tu instinto de hechicera sigue vivo en ti.

La coneja bajó la mirada, al igual que sus orejas.

—Está cuidando de un dragón negro. Resumiré lo que sé de ellos... son peligrosos, superan a los plateados que ya conoces, en fuerza y habilidad. No vinieron a este mundo a servir... en realidad ningún dragón ha venido con ese propósito —explicó, cambiando la forma irregular de las llamas, en siluetas de dos dragones—. Las criaturas poderosas solo pueden sentir compasión, por eso deciden proteger y ayudar a los débiles, o ambición, luchando por demostrar su grandeza. Sea una u otra... siempre terminan siendo consumidos. —Dicho lo último, apagó el fuego, extinguiendo la existencia de las siluetas, como si realmente estuvieran vivas, acto que tocó el corazón de Nona. Nunca tuvo oportunidad de reflexionar sobre el poder de los dragones, sobre su concepción del mundo, lo que sobrevivir significaba para ellos.

Black dragon IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora