Capítulo 1 - Manzanilla y galletas de canela

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Despertó oliendo a canela y galletas recién hechas y no necesitó abrir los ojos para saber en dónde se encontraba. Intentó incorporarse y creyó que un tren le había pasado por encima. En seguida, la gravedad hizo de las suyas y volvió a tirarla contra la almohada. Le dolía el cuerpo y notaba agujetas por todas partes.

Un suave ladrido interrumpió su control de daños, seguido de la llegada de un pequeño huracán marrón que aterrizó directamente en su regazo. Recibió a Fusco con los brazos abiertos y una risa que se convirtió en quejido a medio camino. Se encontraba realmente machacada y estaba segura de que tenía más de un moratón en algún lado a raíz de la noche anterior. Descubrió el primero mientras acariciaba a Fusco con cariño; una mancha redondeada entre morada y verde en su brazo izquierdo. Sonrió al recordar a la que sin duda era la única responsable posible. Y creía que había sido ella la que no quería soltarse, ¡Ja!

Comenzó a recordar todo lo que había pasado la noche anterior, mientras intentaba quitarse de encima el sueño estirando los brazos. Poco a poco las imágenes se sucedieron por su mente como un carrusel y no pasó mucho tiempo hasta que arrugó la frente, confundida.

Noa bebía bastante, aunque no a menudo, y conocía sus límites. Estaba segura de no haberse pasado de la raya anoche, pero sin embargo sí recordaba haberse desmayado. Y, en realidad, pensó mirándose el moratón del brazo, sí había sido ella la que intentaba no separarse, no la desconocida. Apretó los labios, un tanto avergonzada. No solía ser tan agresiva, si acaso todo lo contrario. Solía volverse un poco tímida si había segundas intenciones por el medio. Y sin embargo, anoche...

Se quedó unos segundos perdida en el recuerdo de la chica misteriosa. Recordaba su cara con claridad. Para cuando salió del trance e intentó levantarse, descubrió que Fusco se había acurrucado en su regazo. Le vio ahí hecho una bolita y sin poder evitarlo ella también se arrebujó entre las mantas. Solo otro rato. Le acarició detrás de las orejas y disfrutó de lo bien que se estaba. Miró alrededor, disfrutando de lo acogedora que era la habitación. Colores cálidos, una cama enorme y blandita llena de cojines y peluches y un montón de plantas y libros desperdigados por toda superficie disponible. La luz entraba a raudales por la ventana, dándole a todo un aire de calma.

No era su casa si no la de Adela, pero eso no le sorprendía. Cuando se quedaban hasta tarde solían acabar juntas en la casa que quedase más cerca, para asegurarse de que ambas llegaban sanas y salvas. Había habido excepciones, por supuesto, pero tendía a ser la norma. Lo único extraño hoy era que no recordaba cómo había llegado hasta ahí, pero no iba a tardar en averiguarlo. El olor a galletas no decepcionaba; si Adela no las había sacado ya del horno tenía que estar a punto y en cuanto enfriaran un poco entraría en la habitación para despertarla y compartir el desayuno.

Noa era consciente de la suerte que tenía; no conocía a otra persona que fuera capaz de ponerse a hornear en mitad de una resaca, pero su mejor amiga tenía sus manías y a veces eran como un regalo caído del cielo. A Adela le encantaba cocinar a solas y comer en compañía. Estaba bastante segura de que había aprovechado que ella todavía estaba fuera de combate para hornear en paz. Llevaba razón y no tuvo que esperar mucho para comprobarlo.

Adela entró en el cuarto llevando una pequeña bandeja entre las manos. En ella había dos tazas humeantes y un plato de galletas de canela. Le vio despierta desde la puerta y le saludó con una sonrisa.

-Dios mío, la bella durmiente ha despertado. ¿Cómo va esa resaca?

Noa gruñó en respuesta y alzó los brazos, buscando agarrar una de las tazas. Olió a manzanilla y sonrió.

-Coge la otra. Esa lleva azúcar, para mí.

-Gracias. Machacada, aunque al menos no me duele el estómago. Pero tengo la sensación de que me ha pasado un tren por encima.

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