La Plata, Argentina. 1995.
El flash se reflejó en lo brillante de sus ojos cielo, y fue enorme la sonrisa que le hizo a la cámara como si no supiera que sería la última que esbozaria en vida.
Porque en realidad así era: Agustín no tenía idea de que un par de horas después iba a estar trastabillando con las piedritas de la calle, sintiendo que los pulmones lo iban a "dejar de garpe" en cualquier momento en su intento desesperado por correr rápido, más rápido que la muerte que venía persiguiendolo con los puños apretados y el odio en la lengua.
—¡Vení acá, maricón!
—¡Te vamos a agarrar, puto de mierda!
Esos dichos y lo cerca que se escucharon le helaron la sangre. Giró la cabeza y sus pupilas se achicaron al avistar a los tres hombres a solo unos cuantos metros suyo. Los pies no se le movían más, ¿Y para qué? Si ya había intentado esconderse, pedir ayuda, hasta había tratado de dialogar, negociar con ellos.
Pero no se podía negociar con el destino que estuvo escrito para él desde el principio. Desde que nació siendo él mismo y al resto del mundo no le pareció estuvo luchando para evitar que este día llegara. Ya estaba agotado.
Recibió los primeros golpes, cayó al piso, dejó fluir su alma entre los puñetazos y patadas.
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Salta, Argentina. 2022.
—Marquitos, ¿Tenés tiempo para-
—No.
Marcos no tenía tiempo para nada; nada al derecho y nada al revés; nada al cuadrado y nada al cubo. Sus horarios siempre estaban cubiertos de pe a pa, apretados como ese pulóver dos talles más chico que solo usaba porque su mamá se lo regaló, y él no podía decepcionarla.
No podía decepcionar a ninguno de sus progenitores… y era por eso que aún teniendo apenas veintidós años el jóven se encontraba cursando la carrera de abogacía siendo el mejor de su clase, sin olvidar que además de asistir a la iglesia constantemente y colaborar con los eventos de caridad de la misma, era voluntario en un comedor para chicos de bajos recursos, y ayudaba a personas con adicciones. Todo eso, y como si fuera poco, el pequeño e insignificante agregado de ser campeón nacional de Jiu-jitsu, que no era para nada pequeño ni insignificante. En resumen, día tras día se esforzaba por ser el hijo perfecto del que sus padres presumieran con orgullo… para compensar el secreto que se veía forzado a guardar por más que quemara en lo profundo de sí.
De repente, se dió cuenta: de tanto pensar en ser el hijo perfecto le acababa de decir que no a su mamá y ahora la tenía en frente mirándolo con sorpresa ante su negativa tan fría.
—No, sí, sí, discúlpeme, ¿qué necesitaba, mamá?
—Te iba a pedir si podías ayudarme a guardar unas cajas en la repisa de arriba, vos que sos alto, hijo.
El muchacho asintió con la cabeza mostrándole una sonrisa suave y dejó su lugar en el asiento de la cocina para ir a la habitación en la que guardaban las cosas viejas, los recuerdos de la familia Ginocchio. Entró haciendo rechinar el piso bajo sus pies y no le tomó mucho tiempo notar frente al armario las cajas de las que la mujer hablaba. Tomó la más grande entre sus manos y la ubicó en el fondo de la última repisa saludando en el transcurso a una pequeña araña que había hecho su telaraña entre las maderas. Acto siguiente, hizo lo mismo con la caja que quedaba… Sin embargo, cuando la araña se le metió entre la ropa y le hizo cosquillas provocando que se moviera para quitarla, la tapa de la caja se zafó.
Una foto cayó desde la misma hasta el piso ante la mirada de Marcos.
La levantó y supo mientras la sostenía que quizás no debió haberlo hecho, porque ahora experimentaba una sensación de curiosidad extraña: En esa foto maltratada por el paso de los años estaba su mamá de jóven, vestida con onda rockera típica de los 90, en el pogo de un recital de Soda Stereo. Y eso último lo supuso gracias al tipo extraño al lado de ella que llevaba una remera de la banda. En el momento en que los ojos de Marcos se posaron en ese hombre desconocido con rulos en la cabeza y mirada celeste opacada por lo añejo de la foto, fue que por alguna razón los recuerdos que atormentaban diario en el fondo de su cabeza lo atacaron con intensidad:
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Recordó el olor de la cera derretida de las velas, el sabor insípido de la hostia deshaciéndose en su paladar, y la voz de su maestra de catequesis haciendo eco en la gran iglesia casi vacía. La adulta le contaba la historia de Adán y Eva a un pequeño Marcos de apenas ocho años. Cuando de la nada, él la interrumpió sacando en un hilo de voz la pregunta que había estado cosquilleando en su inocente corazón:
—"¿Por qué tiene que ser Adán y Eva?"
—"¿Cómo, Marquitos?"
—"Si, ¿no pueden ser dos Adán?"
En respuesta a eso la jóven soltó una risa que aunque fuera pequeña fue suficiente para que los hombros del menor se tensionen y se contraigan, llevándolo a bajar la cabeza con vergüenza y en silencio.
… Igual a como bajó la cabeza con vergüenza y en silencio a los catorce, cuando en busca de ayuda tuvo que confesar ante un cura los inquietantes sentimientos que experimentaba por uno de sus amigos del campamento de religión, pero en vez de darle un consejo esperanzador, el anciano en cuestión de segundos lo obligó a ponerse de rodillas a los pies de la inmensa estatua de Jesús Crucificado… y comenzó a practicarle un literal exorcismo. Quedaría grabado en él el asco con el que el hombre escupía las oraciones mientras le arrojaba agua bendita con tanta rabia que le dió miedo, y con miedo iba a recordar esa experiencia horrorosa para siempre.
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Agitó la cabeza para concentrarse en el acá y ahora. Ya no tenía ocho ni catorce. ¿Por qué recordaba todo eso justo en este momento, tras haber encontrado una simple foto?
Pensó en preguntarle a su mamá quién era el chico, pero sus pensamientos fueron interrumpidos inesperadamente por la alarma del celular que sonaba y vibraba desde el bolsillo derecho de su pantalón avisándole que era hora de su primer clase de la mañana. Claro, él tenía todo un día por delante lleno de cosas por hacer, no le sobraba tiempo para ocuparse en algo tan insignificante.
Apurado, no se dió cuenta que se metió la foto en ese mismo bolsillo y se la llevó con él.
Un amuleto de la mala suerte, porque desde ahí todo empezó a ir mal.
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AMARALMA 。.゚+ #margus
ספרות חובבים« él usó mi cabeza como un revólver e incendió mi consciencia con sus demonios... » Agustín no era para nada la señal que Marcos esperaba de Dios, pero quizás era lo que necesitaba. AMARALMA. メ Agustín Guardis, Marcos Ginocchio. Advertencia de homo...