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Kim Yerim se había casado a los veintiséis años con quien consideraba el amor de su vida, Yang Hongseok, y dio inicio a su perfecta vida matrimonial

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Kim Yerim se había casado a los veintiséis años con quien consideraba el amor de su vida, Yang Hongseok, y dio inicio a su perfecta vida matrimonial. Dos años después, dio a luz a su primer hijo, Yang Jeongin, un hermoso niño de ojos brillantes y sonrisa encantadora, que enamoraba a cualquier persona que se tomara el tiempo de conocerlo.

Fue así como Yerim tuvo una vida casi perfecta: tenía un trabajo como asistente de un ejecutivo, su marido la adoraba, y en casa le esperaba un niño perfecto que hacía sentir a su corazón cálido y feliz. La felicidad era tanta, que estuvo mucho tiempo agradecida por la vida que le tocó tener.

Hasta que, por supuesto, recibió la llamada de Hongseok, con su voz desesperada y rota, diciéndole que su pequeño ángel, su hermoso niño, desapareció.

Su mundo entero se derrumbó con ello.

—¿Qué tal si usas el color verde para pintar el árbol, Nini?

Jeongin no la tomó en cuenta, pero no se rindió. No iba a rendirse con su niño.

Habían pasado casi dos meses desde que encontraron a Jeongin, pero el muchacho seguía internado en el hospital, bajo observación, así que Yerim le iba a ver todos los días para seguir generando lazos con él.

Luego de que la sacaron a la fuerza, cuando Jeongin se orinó y lloró, tuvo que pasar otras semanas sin verlo, lo suficiente como para estabilizarlo, para ponerlo en mejor estado. Cuando le permitieron estar con él, le cortaron el cabello, subió de peso, y ya hacía más cosas en lugar de quedarse quieto todo el día, mirando un punto fijo en la pared.

Pero sus ojos destrozados permanecían, y Yerim se prometió que borraría esa mirada de sus ojos.

Ese día, le llevó un cuaderno de dibujos y lápices a Jeongin para que el niño pintara y, aunque al principio parecía algo reacio a hacerlo, luego de mostrarle cómo pintar, se animó a comenzar.

¿Qué tan triste era eso? Jeongin no sabía usar los lápices, le costó agarrarlos con firmeza, y se salía de las líneas al hacerlo. Pero por, sobre todo, pintaba los objetos con colores que no eran los típicos.

Como ese árbol: pintaba el follaje de azul y la madera era violeta.

Sin embargo, Yerim estaba feliz porque el chico parecía concentrado en el dibujo, mordiendo su lengua, con su expresión fija.

Minutos después, Jeongin pareció satisfecho de haber terminado, y dio vuelta la página. Su ceño se arrugó al ver el animal caricaturizado: era un perrito.

Jeongin vaciló un instante, para luego mirarla con vergüenza, y apuntar al dibujo

—¿Eso? Es un perro —dijo Yerim.

Muñequito de Porcelana ☘ ChanInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora