Capítulo 22: Empecé a levitar

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 —Está bueno porque no hay nadie.

—Un poco me da miedo. —Escuché las voces de unos chicos—. ¿Acá venías con Juli Espinoza?

—Sí, hace tiempo. —Se escuchaban sus pasos sobre la tierra—. Ahora no nos juntamos más, se ve que anda en algo serio con otro chabón.

—Che, ¿esto era así? —Las voces estaban muy cerca.

¿Eran reales? ¿O sólo lo estaba imaginándolas?

—¡No! —Se oía sorprendido—. ¡Boludo! ¡Se cayó el mirador!

Abrí los ojos y por fin reaccioné. ¡Eran reales! ¡Era gente! De inmediato palpé a mi alrededor y encontré la botella de plástico vacía que me había ayudado tanto ayer y sin dudarlo empecé a golpearla contra las maderas.

—¡Hola! —dije sin dejar de golpear, aunque no tuviera fuerzas—. ¡Ayuda!

—¿Hay alguien? —Las voces parecían estar más cerca. Mi corazón palpitaba y mi respiración estaba agitada—. ¿Hola?

—¡Acá! —Llamé sin dejar de golpear, tenía que seguir hasta que supieran dónde estaba—. Estoy atrapada, no puedo salir. ¡Ayuda!

—¡Es una chica! —dijo el otro de los chicos.

Al parecer eran más o menos de mi edad o un poco más grandes. Pero eran dos, uno de ellos alumbró con su celular y alcanzó a verme.

—¡Te veo! —La luz de su celular me encandiló un poco—. No tengo señal, pero te podemos ir a buscar ayuda. ¡Aguantá!

No quería que me dejaran sola otra vez, estaba un poco perdida y cansada, no sabía bien si habían sido de verdad o sólo estaba alucinando. Antes había escuchado unos ruidos que me hicieron mal viajar, pero no era nada, sólo el viento sacudiendo las ramas.

No sé cuánto tiempo pasó, estaba un poco desorientada y adormilada, pero de pronto el alboroto de sirenas y gritos me hicieron despertar.

—¡Verónica! —gritaban, ¡me llamaban!—. ¿¡Verónica!?

—¡Acá! ¡Acá está!

Abrí un poco los ojos y vi que ya no era tan de noche, el cielo se veía más claro; a mí al rededor ya no había silencio, muchas voces venían de todas partes, aturdiéndome. Había gente cerca, por fin... Tanto que quería que me encontraran porque me sentía miserable: apestaba porque me había meado encima, tenía mucha hambre y sed, también frío, mi cuerpo se sentía cansado y adormecido. Ya no podía llorar, aunque quería hacerlo a todo pulmón.

—¿Verónica? —Una voz masculina preguntó, quise responder, pero no podía—. A ver el pulso...

—Hay que sacar esa viga.

—Terrible como se desplomó esto.

No sé cuanta gente había, pero sentía sus manos y voces conmigo, incluso gritos que no podía distinguir lo que decían. Mi cabeza sólo dolía y ellos hacían que doliera más, un poco extrañaba el silencio que reinaba antes.

—Qué bueno que la viga no lo aplastó del todo.

—Está deshidratada, ¡hay que llevarla urgente!

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Levanten! ¡Con cuidado!

—Guarda con el pie... ¡Cuidado!

Todos estaban rodeándome y alguien me arrastraba, de pronto la pierna me dolía una barbaridad, tanto que grité y alguien me calmó. Esa misma persona me hablaba dándome consuelo, pero nada podía entenderle y menos cuando empecé a sentirme relajada y adormecida.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora