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Hablar con Taeyong por mensaje era muchísimo más fácil de lo que parecía.

Luego de su pequeña plática con la bestia sobre lo que habló con el mayor, Jaehyun tenía la excusa para romper el hielo a través del chat más maravillosa de la historia -o al menos para él así era-.

¿Qué mejor que un Hola, soy Jaehyun, Sungchan me ha dicho que le preguntaste por mi cabello y te respondió que era por parecerme a un arandano?

Nada, según Jaehyun.

Taeyong se había reído a mares a través de mayúsculas por el chat tras la breve explicación de Jaehyun sobre la verdadera razón de su cabello -que fue porque perdió una apuesta con Johnny de quien se emborrachaba primero a puros chupitos-. Y cuando Jaehyun pensó que la conversación se cortaría allí, Jaehyun le había contado que él se había teñido de celeste anteriormente.

Y bueno, Jaehyun realmente hablaba hasta por los codos, le gustaba que lo escucharan cuando contaba cada anécdota y su vida parecía estar tan llena de mala suerte que no le faltaban historias para no dejar de hablar con el bonito pelirosa.

Y así se habían pasado alrededor de... ¿dos semanas? Jaehyun ya no estaba tomando la cuenta de los días, veía a Taeyong dos veces al día y hablaba por las noches sin parar con él y eso lo tenía en una nebulosa de felicidad que era tan notoria que su madre le miraba como un bicho raro a la hora de la cena.

Tampoco es que las insinuaciones hayan faltado cuando se veían la cara, Jaehyun siempre le decía a Taeyong lo bonito que se veía, tan directo y continuo que se relajaba al decirlo y ver las mejillas rojizas de Taeyong aparecer tras una tímida sonrisa del otro al escuchar eso. Le gustaba tocarlo, esos pequeños roces de mano que aparecían cuando Taeyong dejaba sus manos encima del mostrador o cargaba a Sungchan y se lo pasaba a Jaehyun. El peliazul siempre encontraba la oportunidad de tocarle aunque fuese un poco, logrando que Taeyong siempre se estremeciese nervioso ante eso y le sacara una risa al menor. Y Jaehyun se sentía extraño, jamás había tenido la necesidad de tocar tanto a alguien como la tenía con Taeyong, de permanecer cerca de él, sentirlo, admirarlo de cerca, jugar con su caliente piel contra la suya y aspirar ese aroma varonil que últimamente le traía loco.

No quería aceptarlo todavía. Sentía que su atracción a Taeyong estaba yendo tan rápido y no sabía como pararla, pero muy en el fondo tampoco quería pararla, solamente estaba el pensamiento de que todo podría salir bastante mal si las cosas no resultaban y Jaehyun ya se había acostumbrado demasiado a la masita adorable que era Taeyong en su vida que se volvería una fea monotonía sin el pelirosa alegrándola.

Le envió un mensaje al pelirosa de que estaba llegando al jardín infantil y acomodó su bufanda que rodeaba su cuello, el día estaba muy helado, tanto que a pesar de ser tarde había escarcha en los árboles y ventanas de las tiendas. Tiró de la fría manija de la puerta, soltando un gemido cuando sintió el tibio aire dentro del jardín a comparación de los poquísimos grados que habían afuera.

Y allí estaba, como un ángel, resplandeciente y alegre, una pequeña bolita de azúcar que le encantaría besar y mordisquear suavemente y llenarlo de mimos y abrazos para ver esa carita sonrojada, ah, y su hermano Sungchan en los brazos del ángel.

Sungchan estaba durmiendo en los brazos de Taeyong como un bebé aún más pequeño de lo que era, el niño tenía apoyada su mejilla en el ancho hombro del castaño y su pequeña manito se aferraba a la cotona verde que traía puesta. Taeyong le sonrió feliz desde el asiento donde estaba, levantándose con algo de dificultad para ir hacia Jaehyun, aquellos ojos grandes y brillantes que calentaban el estómago del pelirrojo no le perdieron de vista y se achinaron cuando Taeyong volvió a sonreirle.

Kindergarten boy; JaeyongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora