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No puede volver a concentrarse de nuevo en el ensayo, ni siquiera el ruido blanco que se reproduce en sus auriculares es suficiente para aplacar las voces de los jóvenes a su lado. Siente su sangre circular con rapidez a través de las venas y como su respiración se vuelve cada vez más rápida. Está incómodo. Incómodo de tener cerca a tanta gente, pero sobretodo de tenerlo cerca a él.

Lee Minho vive en su mismo edificio, en su misma planta, en la puerta de al lado. Sabe perfectamente quién es porque no ha podido dejar de pensar en él ni por un solo momento tras el incidente ocurrido unos meses atrás.

Incidente del que quiere poder olvidarse por y para siempre porque las casualidades no existen y mucho menos son posibles de concebir en su vida.

Recoge todos los papeles que ha estado releyendo para la redacción tan deprisa como sus torpes y temblorosas manos le permiten y cierra el portátil con tanta fuerza que teme, internamente, haberlo estropeado. Sale corriendo de la cafetería todo lo rápido que su acelerado corazón concede y no respira tranquilo hasta que el aire exterior le impacta de lleno en la cara.

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La calma no vuelve a reinar en su cuerpo hasta que traspasa la puerta de su departamento unos cuarenta minutos más tarde. Todavía puede sentir los retazos del nerviosismo que lo invadieron anteriormente en sus músculos agarrotados.

Se descalza, deja la mochila con la que carga los apuntes y el portátil, y se tira de lleno sin pensarlo si quiera, sobre su cama.

Está agotado, cansado.

Normalmente los jueves son como un pequeño bálsamo, un oasis en medio de un desierto de papeles, rotuladores, lápices y bolígrafos tirados por todas partes. Es el único día de la semana en el que el descanso en una opción dentro de su rutina, pero justamente ese jueves, todo se ha ido al garete.

En estos momentos debería estar asistiendo a la última clase del día. Debería estar sentado en su sitio apuntando todas y cada una de las cosas que el profesor estuviese diciendo. Pero al contrario de todo, está tirado encima de su cama sin la previsión de moverse en bastante tiempo.

Es consciente de que debe terminar el ensayo que ha dejado a medias antes de huir de la cafetería, pero su cabeza en esos momentos solo quiere tranquilidad. Se deja estar y termina siendo arrollado por un sueño que lo aleja del plano terrenal.

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Cuando sus sentidos vuelven a encenderse, el sol está a escasa media hora de ocultarse. Adormilado, se levanta del colchón, asqueado de sí mismo por el hilo de baba que lo conecta al edredón y el cual ahora debe lavar.

Se siente un poco atontado. No cree haber dormido una siesta así en años.

No acostumbra a llevar relojes en alguna de sus muñecas, así que busca con rapidez su teléfono para verificar cuan jodido está de la hora de entrega prevista del documento.

Hace casi quince minutos que debería haberlo enviado por email. Su cabeza despierta un poco más ante el nerviosismo repentino que lo azota al haber cruzado una línea invisible e inquebrantable que él mismo ha trazado y ha roto; la de la responsabilidad.

Pocas veces en su vida se ha permitido hacerlo y, en esta ocasión, ha sido y a la vez no, premeditado. Coge de nuevo el portátil y tras serenarse lo suficiente, vuelve a abrir el documento a medias.

Pasa casi una hora desde que consigue terminarlo y corregirlo. Le da internet al portátil desde su teléfono y abre el correo, encontrándose con varios de la persona a la que ahora le debe una disculpa.

Casualidades | MinsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora