11. Huellas

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AGARES

De hombre a hombre, ¿en qué mundo vive? ¿En el medievo? 

—¿Me puedes decir dónde pasó la noche del sábado mi hija? Porque el director de vuestro instituto, el padre de Rosalie, y yo tuvimos una pequeña charla por teléfono, ¿y sabes qué? —pregunta retóricamente—. Esa noche, ni siquiera Rosalie durmió en su casa. —Qué putada—. Y no tengo constancia de que mi hija haya hecho más amigos que vosotros dos. —Hace comillas con los dedos al pronunciar la palabra "amigos" y a mí se me queda cara de imbécil—. Así que ya me estás diciendo qué pasó y dónde durmió Eris.

No voy a mentir, estoy acojonado. Tiene cara de pocos amigos y de persona que ya sabe algo, pero que quiere oírlo de otra para sentirse superior.

—Durmió en mi casa, señor. 

—Lo sé, solo quería escucharlo de tu boca —Bingo, qué bien que leo a la gente—. No...

Me adelanto.

—Antes de que diga algo o saque conclusiones apresuradas, no pasó nada... raro. —Eris me va a matar—. Eris bebió de más y me pidió que no la trajera a casa, supongo que no quería que usted la viese en tales condiciones. La llevé a mi casa y cuidé de ella. Dormí en el sofá.

Se echa a reír y me da palmaditas en la espalda. No entiendo.

—No te preocupes, zagal. Me caes bien. —Se frota la sien y vuelve a enseriarse—. El problema no es que duerma en tu casa, en unos días cumple los dieciocho, es libre de quedarse en casa de cualquiera. El caso es que... Eris no... Nunca ha sido muy honesta conmigo y por eso estaba intranquilo. —Suelta un suspiro dejando ir algo que parecía tener clavado en el pecho y se rasca la nuca.

—¿Puedo preguntarle algo? 

—Claro.

—Es... no sé si es apropiado preguntar, pero he visto las cicatrices que tiene en los brazos, —Omito el hecho de que también he visto incisiones recientes—, quería saber... Bueno, en realidad, no sé qué quiero saber, solo... —En menudo lío me he metido yo solito.

—Intentó acabar con su vida. —Sus palabras hacen que alce la cabeza y le mire con tristeza—. Desconozco el porqué y tampoco sé si quiero saberlo, sinceramente. —Frunzo el ceño ante su confesión—. No me malinterpretes, chaval. ¿Cómo te sentirías si tu propio hijo hubiese cometido un intento de suicidio sin motivo aparente? No sé qué sentiría otro, pero yo no me siento como un buen padre. Es como si hubiese fallado en algo y no sé si es mejor vivir sabiendo que has fallado o vivir sabiendo que has fallado y en qué.

—No cre- 

Un estruendo acompañado de un grito desgarrador y golpes hacen que ambos nos levantemos y subamos las escaleras corriendo, dejando el tema en el olvido.

—¿¡Eris!? —El señor Brown se deja la voz y abre la puerta de la habitación con urgencia.

Noto el corazón martillearme el pecho y un cosquilleo en el abdomen.  

El cuarto está en penumbra, la ventana está abierta de par en par y la silla del escritorio tirada en el suelo.

—El baño —digo. 

La puerta del baño está cerrada y cuando intentamos abrirla no podemos. Se escuhan sollozos y gemidos de dolor en el interior.

—Eris, abre la puerta —urge su padre—. ¡Eris! 

—Señor, ¿puedo? —pregunto intentando mantenerme calmo. Asiente, apartándose de la puerta—. Cierre la ventana. 

Suspiro y siento el cosquilleo intensificarse al escucharla hiperventilar.

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