36. Legolas

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ERIS

Muevo las piernas tan rápido como puedo e intento llenar de aire mis pulmones sin parar de correr.

Voy a morir de hipotermia antes de llegar a ningún lado. Tengo los pies morados y apenas los siento, están helados.

Tendría que haber pensado en eso antes de pegarle un rodillazo en la cara a mi captor y haber echado a correr como una desquiciada. Se ha recuperado rápido y ha empezado a perseguirme.

Hemos salido un momento porque se lo he pedido. Se ha sentado y... Bueno... mi rodilla estaba a la altura de su cabeza...

Ni siquiera va corriendo, sabe que va a cogerme. He perdido demasiada sangre en una semana, no he estado comiendo bien y no hago ejercicio; todo mal.

Por lo menos no siento las heridas abiertas gracias al frío. Llevo otro vestido blanco de tirantes que no está hecho para este país en invierno.

Me duelen los pulmones por el esfuerzo y los ojos por culpa de la nieve.

—¡Ahh! —Me dejo la garganta cuando su mano tira de mi pelo con violencia y mi cuerpo impacta con el suelo.

—¿¡Te parece bonito lo que has hecho!? —cuestiona poniéndose a horcajadas sobre mi cuerpo magullado—. Creía que eras diferente... El sacerdote dijo... —No termina de hablar porque le pego con la mano temblorosa en la mandíbula y el golpe le cierra la boca.

Un hilo de sangre procedente de la nariz le ha manchado los labios y los dientes. Al menos sé que le he dado con fuerza.

Sus ojos me miran furiosos y sujeta la daga que llevaba en la mano con una rabia indescriptible. Tiemblo más, si es que eso es posible, y el corazón me va a estallar, creo que se va a rendir en cualquier momento y va a dejar de funcionar.

—B-basta... por favor, —El cuchillo me abre la piel de la pierna una vez más y casi vómito al escuchar su risa—, para —imploro en vano.

Sollozo cuando me estruja el mentón con ira y hunde el filo repetidas veces.

No está controlando dónde clava la hoja y la sangre me está abandonando con demasiada prisa y fuerza.

Estoy cansada y no siento las extremidades. Dejo de contar las cuchilladas cuando siento las fuerzas abandonarme casi del todo y cierro los ojos. Las lágrimas huyen y caen en la nieve sin cuidado.

—Solo tenías que portarte bien, —Destila tristeza al hablar—, lo has estropeado to-

Su peso desaparece y oigo golpes cerca, pero no puedo abrir los ojos. La sangre empapando la nieve bajo mi cuerpo me incomoda, aunque no puedo no agradecer el calor que emana. 

Voy a morir vestida de blanco, qué putada.

Los gruñidos y los golpes paran de repente.

Mon ange, —Una voz que conozco demasiado bien me hace eco en los oídos y me relaja casi al instante. Está aquí— , c'est fini, on est là.

Tiene la respiración aceleradísima y sus manos me tocan temblando.

—Llevadla al hospital, —¿Seven?—, esperaré a la policía.

Soy capaz de percibir el tacto suave de unos labios besarme la frente antes de que mi cuerpo vuele y que unos brazos fuertes me sujeten con firmeza.

La voz preocupada de Chase es lo último que oigo antes de dejarme llevar por el cansancio.

°°°

AGARES

Saco el móvil para mirar la hora por décima vez. No nos dejan entrar a verla.

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