38. Brócoli

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AGARES

—Hazme sentir bien.

¿He oído bien? Qué calor.

El agua está helada y queda poca espuma para cubrirnos, pero parece haberse olvidado de que está semidesnuda.

Siento los cortes como si los tuviese en mi propia carne. Es doloroso saber que un trastornado ha estado abriéndole la piel por diversión, quemándosela. Se me revuelven las tripas con solo pensarlo y la ira quiere invadirme, pero me calma el hecho de tenerla aquí, conmigo y a salvo.

—Agárrate —digo pasando mis manos por debajo de sus piernas.

Enreda sus bracitos en mi cuello y me levanto con cuidado. No me molesto ni en coger una toalla, salgo del baño con ella enganchada como si fuese un koala, mojando el suelo.

No sé qué voy a hacer, no sé qué espera de mí. Tengo claro a qué se refiere con "bien", pero la manera de conseguirlo puede conllevar la abertura de heridas que, obviamente, no han terminado de sanar todavía.

Picoteo sus labios en el trayecto a la cama y me siento con ella encima al llegar a esta.

No me reprimo, paseo mis manos por donde me place y disfruto de sus jadeos. Su pecho, que todavía no he tenido la dicha de ver, está pegado al mío, haciéndome delirar y pensar en cosas insanas. Aparto su pelo para besar el cuello de cisne que posee y mordisqueo algunas zonas.

Si tuviese que elegir un único sonido para escuchar por el resto de mi vida sería su voz. Cuando habla es delicada, suave como el terciopelo y digna de ser escuchada, pero ahora mismo, joder, sus gemidos son música para mis oídos.

Se mueve sobre mí de forma casi imperceptible y se agarra a mis hombros, supongo que en busca de estabilidad.

Me entretengo regalándole un chupetón y tiro de la goma que sujeta su pelo para deshacer el moño que se ha hecho antes.

Separo mi boca ansiosa de su cuello y la miro a los ojos. Se supone que el que tiene experiencia soy yo, pero la que manda es ella.

—¿Estarías cómoda si me pusiese encima de ti?

—Creo que no.

Me mira con culpabilidad, cosa que no me gusta en absoluto.

—Levántate —pido dando una palmadita sobre su muslo.

Obedece guiada por la curiosidad y se ruboriza cuando bajo la vista a sus pechos. Intenta cubrirse con los brazos, pero paro el movimiento y dejo un beso entre ellos.

Es perfecta. Sus hombros rectos y su cadera le hacen una figura estilizada y elegante, podría modelar. La palidez etérea la hace majestuosa y los tatuajes y su cabello oscuro consiguen crear una antítesis bellísima.

Sus pechos son turgentes y guardan una proporción fiel a la del resto de su cuerpo. Parece que alguien usó un metro para tallarla.

—¿Agares? —Su murmullo me saca de mi empanamiento y me obligo a dejar de comérmela con los ojos y subirlos a los suyos.

Sus mejillas siguen rojas y la inseguridad le baña las facciones.

Comme un ange, beau. —aseguro rozando su mandíbula con los nudillos.

—¿Seguro?

Sonrío con picardía y me encojo de hombros.

—Si no crees a mi boca, créele a él... —contesto agachando la cabeza para que me imite y se fije en la prominente erección que tengo. Su boquita se abre coma la de un pez boqueando y se me escapa una leve risa que consigue relajarla levemente.

AgaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora