05. Señor Lavoie

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ERIS

Oigo las gotas de lluvia golpear la ventana y veo la neblina que se ha formado durante la noche. Me encantan los días así; con el cielo llorando y la agonía empañando el aire.

Me levanto de la cama suspirando y apago la alarma, las ojeras deben de llegarme a la altura de los tobillos por la falta de sueño.

Hoy es miércoles, lo que quiere decir que solo me quedan dos días para buscar algo que ponerme para la fogata. Cuanto más se acerca el momento, menos ganas tengo de ir. No me apetece estar rodeada de gente de mi edad, en realidad, no me apetece estar rodeada de gente en general.

Me visto, me acicalo y bajo las escaleras con la mochila al hombro. Huele a comida, el simple hecho de pensar en comer me revuelve el estómago.

Papá está silbando mientras cocina.

—Buenos días, papá. —Se gira y me regala una sonrisa mientras remueve su café. Me encanta el café y muero por beberme uno ahora mismo, pero tengo el estómago cerrado.

—¿Vas a desayunar? —inquiere dudoso, esperando una respuesta afirmativa.

—No, voy un poco tarde. —Mentira, pero no quiero que se preocupe o que me obligue a comer—. Comeré algo en el instituto, no te preocupes.

—Está bien, ten un buen día.

Me pongo las zapatillas y salgo de casa. Hay bastante viento por lo que me hago una coleta baja, odio que se me ponga el pelo en la cara cuando voy caminando.

Llego al parking del instituto y veo a Agares apoyado en una pared con un cigarro en los labios mirando el móvil. Frunce el ceño y expulsa el humo antes de volver a llevarse el objeto nocivo a la boca.

Me tomo mi tiempo observándole, tiene el pelo de un color negro azabache que brilla y que te hace querer pasar los dedos por él, las cejas rectas y perfiladas que resguardan unos ojos marrones como el caramelo, una nariz griega que se me antoja muy atractiva y unos labios ni muy gruesos ni muy finos; perfectos. Por no hablar de su mandíbula, que podría cortar papel de lo afilada que es. Es bastante alto y tiene una figura atlética y estilizada, seguro que hace ejercicio. Va vestido con unos vaqueros negros y un jersey gris oscuro que le queda de muerte.

—¡Eh! —Me ha pillado mirándole.

Me hace un gesto con la mano para que me acerque y no puedo evitar sonrojarme.

—Se te estaba cayendo la baba, ¿quieres una foto?

Qué engreído. Decido seguirle el rollo.

—Solo si me la firmas. —Recibo una sonrisa de satisfacción por su parte y algo de sorpresa, supongo que por no esperar que le siga la corriente.

—Sería un honor, pero no se la puedes enseñar a nadie, será nuestro secreto. ¿Qué te parece si tú me... —El timbre que nos indica que debemos entrar corta lo que estaba a punto de decir, dejándome con la intriga—. Entremos —dice, tirando el cigarro y aplastándolo con la zapatilla.

°°°

LLevamos tres horas seguidas con el culo en la silla. Tres benditas horas.

La profesora de Francés está hablando, pero lo que dice me entra por un oído y me sale por el otro. Me encanta el francés, pero no soporto a la profesora.

Además, los pajaritos que viven en el árbol que puedo ver desde la ventana son mucho más interesantes. Van y vienen libremente, cantando de vez en cuando.

Oigo como me rugen las tripas y, cómo no, Agares también.

—¿Tienes hambre?

—No.

—Tu estómago no opina lo mismo —dice con un tono cantarín.

—Shhh, cállate ya Agares. —Como la profesora nos llame la atención se me va a caer la cara de vergüenza.

—¿Vas a ir a la fogata? —pregunta susurrando esta vez.

—No lo sé, ¿qué te importa?

—Solo quería sab...

—Señor Lavoie, señorita Brown, ¿interrumpo algo?

Sí, pero eso no lo puedo decir en alto.

Non, ne vous inquiétez pas, professeur. —Casi se me escapa una carcajada porque a la señorita Clutier no parece haberle hecho gracia el comentario de mi compañero. Se oyen risitas y cuchicheos por el aula y la profesora está a punto de chillar, pero no le da tiempo; ha acabado la clase.

Salimos todos de clase y la profesora se queda echando humo por las orejas. Esa loca tiene mal genio.

Pongo rumbo a la cafetería y veo como Agares se pone a mi lado, siguiéndome el ritmo.

Cojo un sándwich de jamón y queso, y veo por el rabillo del ojo como el azabache coge un bocadillo de algo que no sé identificar y una manzana. Se gira para mirarme expectante. ¿Y este?

Me siento en la mesa más apartada posible y abro el sándwich. Agares se me sienta enfrente y se dispone a comer.

—Tenemos que quedar para hacer el trabajo —suelta de repente con la boca llena. Qué vulgar—. ¿Puedo ir a tu casa? Te invitaría a la mía, pero está un poco más lejos, la tuya queda más cerca.

—¿Cómo sabes que mi casa está más cerca? —pregunto insegura.

—La gente habla, Eris. Es un barrio pequeño.

—¿A qué hora? —De perdidos al río. Cuanto antes empecemos, mejor.

—Nada más salir, si no te importa claro.

—Pero... ¿no vas a ir a comer a tu casa?

—¿Puedo comer en tu casa? —inquiere tímido. Sigue hablando con la boca llena y se me escapa una sonrisita; es un guarro, pero es muy tierno.

—Vale —acepto. Papá no estará en casa, por lo que no hay problema.

Miro mi sándwich a medio comer, llamando la atención del curioso chico.

—¿No te vas a comer eso? —Sacudo la cabeza. Tengo hambre, pero no tengo ganas de comer.

—¿Lo quieres? —Aisente con la cabeza y se lo doy para que pueda disfrutarlo.

Veo como come en silencio hasta que suena el timbre, estudiándole.

Toca matemáticas, bueno, por lo menos el profesor es majo y la clase se pasará volando.

°°°

Agares y yo vamos codo con codo por la calle, andando despacio. Se pasa todo el camino con el ceño fruncido, dándole vueltas a algo con fervor.

Llegamos a casa y le echa un vistazo a la fachada, mirándome a mí después con las cejas levantadas.

—Qué bonita.

—Gracias —digo abriendo la puerta—, la diseñó mi padre.

—¿Es arquitecto? —Asiento con la cabeza.

—Pasa. —Entra, se quita las zapatillas y empieza a ojear el salón.

Le brillan los ojos de forma extraña, no sabría cómo explicarlo.

—Te gusta la pasta? —le pregunto desde la cocina.

—Como de todo.

Le sirvo la comida y subo a mi habitación a dejar la mochila y las zapatillas.



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