Edward (4)

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Ese jueves a las cinco de la tarde había llegado temprano al límite del tratado, me había sentido incapaz de pisar más allá de lo que se me era permitido en años atrás. Mas que nada para evitarle problemas a la hija del ex-Alfa.

«Este día será el primero de muchos que espero tener para cortejarla como corresponde» pensó con total determinación.

Sin embargo, tan pensativo se encontraba que casi no se dá cuenta de los ruidos rasposos provenientes de entre las hojas del suelo del lado de los quileute, encontrándose con un enorme lobo de melena rojiza terracota, tal cual del color que una vez tuvo Parvati en su tiempo con el. Aquellos ojos negros tan profundos con los que lo miraban, al igual que la postura magestuosa digna de un mastín tibetano budista.

Seguidamente de la conexión de miradas que lo hizo sentir tan nostálgico, fue el pensamiento que logró escuchar: «espérame, me cambiaré a modo presentable»

El gran lobo terracota estira delicadamente de su pata derecha delantera una bolsa casi vendada hacia su pata. Para luego desaparecer tras unos árboles, aún la escuchaba tras ellos, y escuchaba perfectamente el roce de la tela por la piel de la mujer nativa de piel rojiza. No más de 5 minutos, le tomó verla vestida con unos Short cortos jeans casi celestes, muy arraigados debido a que se veían los flecos en las orillas, al igual que una gran blusa de mangas cortas de color blanco, junto con una pequeña chaqueta de mangas cortas roja. En sus manos aún traía la bolsa con algunas prendas no puestas.

—Ya casi.

Comunicó la mujer de cabello negro que le llegaba hasta las caderas, no tenía ni una goma para tener contenido a la salvaje melena. Sin mucho esfuerzo cruzó tras un salto al territorio Cullen, mirando de soslayo tras de sí, para luego suspirar y mirarlo con total atención.

Tal y como lo hacía siendo su pequeña Parvati.

Cabe aclarar que aún no tenía puesto ningún par deportivo en los pies, así que al verla pensar un momento en el horizonte, al menos habrá sido un pensamiento mudo porque nada pude percibir en ese momento corto. Sin embargo, no tardó en expresarlo con palabras:

—Sé que he sido bastante cruel contigo antes, al menos al expresarme. Pero... ¿Podría pedirte algo...? Digamos que podríamos llamarle un capricho.

La observé bastante curioso, en su mente sólo daban imágenes de que necesitaba colocarse los zapatos deportivos o sino luego se los olvidaría por alto.

—Iluminad mi camino, princesa del Tíbet. Se lo cumpliré si es lo que necesita en este momento. —corresponde ante tal pregunta.

Actuando como en aquellos tiempos, con una pequeña sonrisa cordial. La joven nativa lo observa detenidamente para luego suspirar el aire que un momento atrás contuvo.

—Siéntate en el suelo, y me sentaré encima para poder ponerme los zapatos. Por favor. —pide con un pequeño tic, haciendo crugir sus dedos uno por uno de la mano derecha.

Su sorpresa es tanto, que no logra evitar sentirse extraño. Las cosas que le pedía, quierase o no, lo hacían recordarla a cuando era una cachorra. Realmente lo intentaba, no comparar el pasado con el presente. Pero las peticiones de la pequeña Aruna eran tan raras siempre.

—Haz dicho capricho. Y ahora lo comprendo. —suspira caminando ahora hacia una corteza de árbol, para luego sentarse a los pies de este, tal cual como alguna vez en Alaska estuvo sentado— Solo una vez más.

Aruna al escuchar aquello y verlo hacer sin rechistar su tonta petición, sonríe encantada, acorde va sintiendo aquel apretón de nostalgia con sus palabras, sin poder evitarlo recordó aquel tiempo en un flash rápido. Aquella vez que ambos escaparon a Alaska por el aroma irresistible de la innombrable pordiosera.

—Solo una vez más. —admitió sintiendo como su corazón se aceleraba inmediatamente ante la cercanía de su compañero, sentándose en el regazo del vampiro, siempre correcto y educado, sin tocarla más de lo debido. — Gracias.

Parvati nunca fue de muchas palabras, pero sus acciones corporales y puras, siempre expresaban más allá de lo que fuera realmente necesario. Era bastante prudente con las palabras, siempre la había caracterizado aquello, por lo que en esta vida, como Aruna no parecía faltar tampoco este sabor.

Al sentirla sentarse con total desfachatez cuál sí fuera una silla en verdad, lo hizo soltar una sonrisa resignada y nostálgica, realmente sólo los cuerpos y tiempos habían cambiado, pero ninguno parecía haberlo hecho. La vio colocarse las medias blancas, al igual que los tenis de color blanco con detalles rojizos. Sentirla tan cerca, tenerla tan cerca, poder percibir la diferencia de temperaturas entre sí, como también poder escuchar sus latidos del corazón, era realmente placentero.

Las hebras de aquella melena humana larga, acariciaba todo su ser, la espalda de su compañera chocar contra su pecho, sentirla sentada encima suyo era un deleite de vivir. Tanto que no pudo evitar deslizar su rostro entre el hueco del hombro y cuello, recostandolo allí.

Al principio creyó que la nativa se tensaría, pero solo percibió un temblor y poco después notar como el vello de los antebrazos se levantaban.

—Ya no soy una cachorra para hacer de ti cualquier cosa sin explicar mis acciones, soy una mujer bien educada, y quierase o no... Me da vergüenza habértelo pedido. Pero... Estar así, es algo que hace mucho tiempo deseé aquella vez en Alaska. —admite Aruna mientras suelta sus cordones de cada par ya en su lugar, se acuesta sobre el vampiro, suspirando aún cuando sus latidos del corazón iban muy acelerados ante lo dicho.

—Aun puedes hacer y deshacer en mi. No tienes porqué pedir permiso, soy tuyo, Parvati. —susurra el cobrizo.

Nuevamente produciendo el mismo efecto en la piel de la nativa, «escalofrios placenteros y deliciosos», pensados accidentalmente por la misma que los percibía.

—Pero...

—¿Sin embargo...? —preguntó curioso al sentir como ella misma retenía sus pensamientos con vergüenza.

—Quiero que me cortejes como deseas hacerlo. Me lo dijiste, quiero concedertelo, porque si no... —frunce y se muerde el labio para luego resoplar— yo seré impredecible de encajar en tus planes, porque los míos son más impulsos y los tuyos más planeados.

Tras aquello dicho, sus labios quedaron absortos ante tal información, pero sin poder evitarlo aspiro el aroma de su compañera y soltó una pequeña risa para ella.

—Siempre vas un paso delante de mí. Me alaga saber que me tienes en cuenta. Pero recuerda, soy yo quien sabe leer mentes, no usted señorita. —expresa fingiendo indignación.

Logrando que la nativa ría sin poder evitarlo, lleva con ganas sus manos a las del vampiro y las toma para rodear su cintura con estas.

—Entonces dame más mimo, y cortejadme, señor Cullen. Porque el día de hoy, será largo y emotivo. —afirmó Aruna.

Si estuviera vivo, si tuviera corazón vivo, he de admitir que mi corazón bombearía tan rápido por la acción de su compañera, teniendo sus manos entreveradas y juntas. Al fin, encajando juntos en un rompecabezas que hace mucho deseaba estar completo. Las temperaturas hacían un contraste bastante profundo pero agradable para ambos.

—Te cortejaré mi princesa del Tíbet, e intentaré iluminar aún más tu mirada profunda en este pequeño gran atardecer. —correspondió.

Aruna se giro ligeramente hacia su impronta para verlo, moviéndose sobre el regazo del mismo, y levantó el rostro:

—Edward...

—¿Si?

—¿Me llevas a caballito, también?

Esa pregunta hizo realmente negar ante tal petición.

—Ahorita no jovencita.

—Own, chanfle. ¿Porque no?

—Porque Seattle queda lejos, y quiero pasear en auto, mi princesa del Tíbet.

—A la vuelta entonces.

—Si es lo que deseas, te lo concedo.

Siendo así como ambos partieron con bastante animosidad hacia el lugar charlado, los planes de corte de cabello y helado aún estaban entre este plan de salida. Su primera cita.

La primera cita oficial.

OS - PARVATIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora