Capítulo 32

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Christopher Bang siempre había sido consciente de lo que quería.

Sus primeros años de vida no fueron precisamente los mejores, ya que los pasó rodeado de treinta niños que no hacían más que quitarle sus pertenencias sin que él pudiera reclamárselo a nadie. No entendía qué era lo que hacía ahí, o cómo era que había llegado a parar en un lugar como ese, sin embargo, de algo sí estaba seguro.

Nunca nadie podría meterse con él.

Tenía apenas siete años cuando se dio cuenta de algo. En la vida había solo dos posibles opciones: Ser el depredador, aquel que da órdenes y actúa para su beneficio a costa de los demás, o ser la presa, aquella que vive para servir al depredador en todo momento hasta que este decida cuando le llegará su hora. Era comer, o ser comido.

Lo que había vivido cuando era pequeño, la gran cantidad de burlas y su posterior respuesta ante estas, fueron la más clara prueba de que la mejor alternativa siempre era ser el depredador.

Gran parte de su tiempo la había pasado solo, y eso no le afectaba en lo más mínimo. No tenía ninguna necesidad de relacionarse con nadie que no fuera él mismo, y las personas no podían parecerle más que una molestia.

Sin embargo, pese a que nunca se sintió atraído a la idea de tener amigos, con el paso del tiempo inevitablemente tuvo que hacer algunos. No porque su corazón bondadoso se lo pidiese, o porque su interior hubiera sucumbido ante la idea de que no todos eran un estorbo, sino porque sabía que había situaciones en las que no podía hacer todo solo. Necesitaría de alguien que pudiera serle de ayuda, y qué mejor que ello chicos frágiles que eran la perfecta presa para un depredador como él.

"No quiero ninguna clase de molestia hoy. Si tienen algo que decirme, ahórrenselo porque no me interesa".

No leyó dos veces el mensaje antes de enviarlo, así como tampoco esperó una respuesta por parte de ninguno. Ya le habían ayudado lo suficiente como para saldar las deudas que quedaban del pasado, por lo que ya no necesitaba nada más de ellos.

Originalmente no había tenido intenciones de relacionarse con nadie, ya que era consciente de que prácticamente ninguna persona podría llegar a comprender la manera en la que pensaba. No obstante, la llegada de una en específico logró ayudarle a entender que la vida no funcionaba del modo en que creía, y de que lo mejor siempre era tener algo a su favor en caso de que sus "amigos" —y enemigos también, por qué no— hicieran cosas que él no quería.

Gran parte de lo que era en la actualidad se lo debía gracias a aquella excéntrica mujer que en un inicio creyó que llegaría a sacarlo de la miseria. Y aunque ciertamente las cosas no habían sido así, ella había alcanzado a enseñarle todo lo que sabía. Le había mostrado como actuar para sacar beneficio de las situaciones, como identificar a las personas en las que podía confiar y con las que podía jugar, y sobre todo, le había dicho que él nunca estaría mal al defenderse de la manera en la que lo hacía.

Algunas cosas solo eran comprendidas por las personas correctas, de eso estaba plenamente seguro.

No todos van a pensar igual que tú, pero eso no significa que estés mal, cariño.

Ella no estaba para nada equivocada en ese entonces, menos cuando le dijo que nunca debía rogarle a nadie para que cambiase su opinión, por más errónea que esta fuese. No obstante, más temprano que tarde fue cuando se dio cuenta de que para todo siempre había una excepción.

Eso lo llevaba a la situación en la que se encontraba en ese mismo instante. Porque cuando su yo de diez años había decretado que odiaría a todo aquel que no siguiera lo que ordenaba, no se imaginó que en algún punto estaría detrás de alguien de una manera tan intensa.

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