Tuve ángeles

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Durante el tiempo que duró el curso de repostería, me vi en la tentativa de ocupar los tiempos muertos para seguir buscando trabajo, sin embargo después de cavilarlo decidí seguir el consejo de mi hermano y despejarme un poco.

Empecé a hacer actividad física, ya que sentía que había perdido condición después de tantos años de que mi único ejercicio fuera bailar mientras hacía quehacer y correr detrás del camión. Después del curso me iba a un deportivo cercano a trotar, descubrí que era bastante liberador esa actividad, pese a eso a veces venían a mi mente muchos pensamientos que me gustaría dejar de lado, como todos los errores que había cometido hasta el momento.

Acabando de trotar aun me quedaba bastante tiempo libre por lo que busqué otra actividad que añadir a la lista, un día en mi camino me topé con una escuela de idiomas y me pareció interesante aprender alemán, aunque ni siquiera estaba en mis planes ir a Alemania o zonas aledañas, sin embargo, me sentía útil.

Pasaba mi día yendo de un punto a otro de la ciudad y realmente era satisfactorio, poco a poco empecé a hacer amistades como solía sucederme, sobre todo con las señoras de zumba que me acabaron adoptando.

Entre pláticas se enteraron de mis habilidades culinarias por lo que empezaron a solicitarme postres para cumpleaños, bautizos o cualquier evento que tuvieran.

Logré que algunas de las actividades que hacía me dieran rendimientos lo cual me hacía sentir que estaba haciendo algo de mi vida, aunque al final del día me sintiera muerto.

En apariencia, estaba a gusto con mi ritmo de vida, pero no me estaba dando cuenta de que estaba llegando a mi límite, si bien no me sentía estresado como en los últimos años, algo me orillaba llevar mis actividades al extremo, como siempre. olvidándome de algunas funciones básicas como comer o dormir, hasta que finalmente llegué a lo que fue el acabose.

Pocos días antes de mi cumpleaños, trotaba como todos los días, a la media hora mi compañero que a veces se me unía me dio alcance, mientras trotábamos solíamos platicar un poco.

Me contaba de su familia, de su hija, de donde trabajaba y minimices que veía en la tele, yo había evitado hablar acerca de temas personales, pero podíamos llevar una buena conversación.

No supe en qué momento azoté cual res, ni las manos metí.

—¿Viste las noticias? —preguntó mientras lo veía irse, aunque traté de levantarme un fuerte dolor en el pie me lo impidió —¿Alan? —me llamó deteniéndose, notando mi ausencia.

—Aquí —respondí levantando la mano desde el suelo aun tratando de pararme.

—¿Qué haces ahí?

—Tomando un poco de aire —dije con toda la tranquilidad que se puede tener cuando sientes dolor.

Aitor regresó sobre sus pasos y se puso en cuclillas observándome.

—Había unas bancas a pocos metros—comentó con una sonrisa.

Me reí, aunque empezaba a aplicar aquello de reír para no llorar.

—Lo tendré en consideración en futuras ocasiones.

—¿Puedes levantarte? —de nuevo hice el intento, pero sentí una especie de calambre—Te ayudo.

Con un poco de trabajo logró ponerme de pie.

—Creo que por hoy he acabado.

—¿Quieres que te lleve?

—No, no te preocupes, ahorita pido un Uber.

—¿Vas a llegar hasta la salida? —me preguntó mientras miraba como trataba de pararme asemejándome a una grulla.

Ahora, nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora