Capítulo 27: San Luis

78 8 6
                                    


San Luis, Argentina.

Julio era un mes frío y largo, pero a mí se me había pasado muy rápido y en la última semana me surgió la oportunidad de viajar. David tenía un negocio que atender en la ciudad y también debía comenzar un tratamiento especial, por eso tuvo que volver; como estábamos viviendo juntos y aún no empezaba la escuela como los demás, terminó llevándome con él.

Estaba muchísimo mejor de mi lesión, incluso ya podía caminar sin la bota, pero seguía ayudándome con las muletas. Eso no iba a ser impedimento para que conociera la ciudad donde viviría a partir del siguiente año. ¡Estaba tan entusiasmada por conocerla!

Era la primera vez en mi vida que salía del pueblo, por eso iba atenta mirando el paisaje por la ventana del auto. Las sierras eran tan bonitas como las de mi pueblo, pero en algunas partes se notaba más altas, hasta que las atravesamos y salimos a la parte más urbana. Había casas grandes y otras más humildes, noté un barrio con todas las viviendas similares y sonreí al ver desde lejos la ciudad.

La ruta pasaba por el frente del shopping y aunque David decía que era pequeño, yo quería conocerlo igual. ¡Tenía un cine y patio de comidas! ¿Cómo no iba a querer ir? Nunca en mi vida había entrado a un lugar así.

De ahí, salimos de la ruta y entramos a una avenida que me recordaba al centro de mi pueblo, con el movimiento de gente y los locales que había; más adelante encontramos un monumento con arcos de ladrillo que llamó mi atención y me le quedé viendo de lo alto que era.

Deseaba conocer todos los lugares de esta pequeña ciudad, tanto que no sabía por donde comenzar, pero estaba segura de que tendría el tiempo suficiente para conocer todo.

Ya lejos del lindo monumento nos encontramos en un embotellamiento al pasar por una calle más pequeña, donde me impresionaron los bocinazos de los conductores ansiosos que nos rodeaban. ¡Mierda! Era mucho bullicio y ni siquiera podía escuchar bien la radio, justo sonaba Seminare de Serú Girán y no podía disfrutarla.

El amigo de David, quien se había ofrecido a traerlo del pueblo en el auto, se quejó del embotellamiento y soltó un par de puteadas, mientras que nosotros sólo disfrutábamos de la música y el paseo.

La verdad que el sonido de los bocinazos se me hizo tedioso, pero no importaba, mis ojos iban viendo hacia todos lados porque estaba asombrándome de cosas que para las personas que veía caminando por las angostas veredas eran de lo más normal. Imaginaba que para Natalie todo esto sería casi como el pueblo, porque ella venía de una ciudad con muchísima más gente y autos en las calles.

«Natalie».

Observé la hora en mi celular e imaginé que Nati estaba en la escuela con los demás. Apenas era la primera semana después de las vacaciones de invierno y de seguro todos estaban poniéndose al día, incluyéndola.

Pensar en ella me estrujaba el corazón, porque hace semanas que no la veía y sospechaba que no quería verme; los chicos se cansaron de invitarla a mi casa y ella siempre decía que no podía. Era obvio que no quería y eso me dolía. Me sentía una boluda viendo su Facebook, porque sabía que apenas terminaron las clases, se fue a Buenos Aires con su familia, y pienso que, quizás, ni siquiera se ha acordado de mí durante su viaje.

Había visto las fotos nuevas que había subido, en ellas estaba con su abuela y sus primas de allá, su sonrisa siempre era la que más resaltaba, al menos para mí siempre había sido así, porque era una de las cualidades físicas que más me gustaban de ella, junto con sus ojos color cielo.

Quería confesarle mis sentimientos, pero la oportunidad nunca se me había presentado, por eso se me revolvía la panza cuando pensaba en que tenía que volver pronto a la escuela.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora