¿Es ella?

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Muevo una y otra vez la perilla del dormitorio. Ésta no cede.
Volteo a ver al chico. Sus ojos ahora están más aterrados y por un momento, se me figura a Dsedap
- ¡Está cerrada desde afuera! -Le susurro- No podemos correr más peligros. ¡Escóndete!
Aún mostrando aquélla mirada penetrante, me hace caso y se esconde debajo de una de las camas tratando de hacer el menor ruido posible.
Me vuelvo hacia la puerta. No recuerdo cuando fue la última vez que nos encerraron bajo llave; pero la única razón por lo que lo hacen, es porque ya no confían en nosotros.

Vuelvo a tratar de girar la perilla y al obtener el mismo resultado, golpeo la puerta utilizando la palma de la mano con desesperación. Súbitamente ésta se abre, y veo a un profesor delante de mi puerta
- Lo lamento profesor -Digo lo primero que se me viene a la cabeza-
Tengo clase de matemáticas a primera hora y no puedo permitirme llegar tarde
Por lo que recuerdo, la muerte del profesor de matemáticas aún no sale a la luz, por lo que no estaría tan fuera de lugar si le hago creer que no lo sé.

Sus ojos se detienen en cada lugar de la habitación, como si sospechara por mi comportamiento hasta que finalmente se vuelven a posar en mí
- Venía avisar que no tendrán esa materia hasta nuevo aviso. En la semana los sacaremos a pasear, pero por lo pronto, esperábamos dejarlos en sus habitaciones -Me señala con el dedo mientras hace una pausa- Vuelve a golpear la puerta de esa manera y te costará caro, ¿entendiste?
Asiento con la cabeza mirando al suelo mientras espero a que se vaya.
Me siento tan inútil en no poder ayudar a Dseda en ésta, ni en ninguna otra ocasión; lo peor es que ya no habrá una siguiente vez. Aún así, haré un último intento para que el chico le ayude. Lo único que hoy podré hacer, será obligarle al chico a decirme quién es.

Cuando alzo la cabeza, me sorprendo al ver aún al profesor. No me está mirando a mí, sino sigue revisando la habitación. Cuando reconoce que hay algo que no anda bien, me empuja a un lado para revisar la habitación.

Un grito de Dseda desde más allá de la puerta prohibida me hace reaccionar después de haberme quedado inmóvil por el terror. Utilizo nuevamente el grito para usarlo como excusa por mi reacción.
Cierro los ojos y aún no muy convencido, golpeo con mi único puño al profesor justo en el momento en el que él se piensa agachar para revisar debajo de las camas
- ¡No lo maten por favor! -Le suplico diciéndolo tanto de verdad como actuando- ¡Él no tiene la culpa de la misma curiosidad que también me invadió a mí!
Afortunadamente, logro que el profesor no revise más. Como lo suponía, me golpea fuertemente en la mejilla con el dorso de la mano
- ¿Cómo te atreves? -Me grita alterado-
Lo que viene a continuación, no lo planeo. Me agarra por el cabello, y me jala hacia afuera de la habitación sin darme tiempo para despedirme del chico. No creí que el castigo fuera algo más grave que un golpe.

Después de caminar por algunos pasillos, llegamos hasta el patio posterior. Me avienta hacia el suelo y yo me quedo ahí, esperando indicaciones
- Las manos en la espalda -Me ordena-
Aunque trato de obedecer, la venda de mi muñeca me dificulta mover el brazo hacia atrás. El profesor, desesperado jala mi brazo y no puedo evitar soltar un leve chillido de dolor. Siento la cadena de metal enrollarse en mis muñecas. Nunca fui de los chicos que causaban este tipo de problemas hasta llegar a estos castigos; normalmente mis castigos se basaban en mi lentitud para aprender en las clases.

De vez en cuando, veía algunos chicos en el mismo lugar que estoy yo ahora, y como muchos, pensaba que era uno de los castigos más leves; sólo me dejan encadenado a una argolla de hierro pegada al suelo del patio; como si fuera algún animal.
Ahora, aunque sigo pensando que es un castigo leve comparado con la tortura que debe estar pasando Dseda, no soporto la idea de quedarme horas acostado en una misma posición con el silencio retumbando en mis oídos.

El profesor me echa una última mirada y suspiro aliviado cuando veo que toma una dirección diferente al sector de los dormitorios.

Un grito de Dseda vuelve a aterrarme. No puedo imaginármelo como alguien de nosotros. Si yo hubiera podido ser alguien como el chico de la puerta prohibida, habría dedicado todo el día anterior para ayudarle. Aunque no quería pensarlo, me pregunto si él estará mejor muerto.
Sacudo mi cabeza. No. Ahora lo único que puedo hacer por él, será ayudarle a escapar de aquí.
Cierro los ojos y me imagino la obscuridad del cielo y dos pares de piernas tratando de escapar. Un par de pies es varias veces más pequeño que el otro. Luego, me imagino que soy yo aquél par de pies pequeños.

El orfanato de los sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora