capítulo 4

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— Che, llegan a tocar el timbre y yo rajo. — Rodrigo soltó de repente y todos compartieron miradas entre sí, como si buscaran la próxima carnada para su misión.

Habían pasado diez minutos desde el llamado y nadie soltaba una palabra, el único sonido presente era el de Nicolás insultando cada que se quemaba sacando la carne de la parrilla y el abuelo que ocasionalmente le daban ataques de tos donde parecía querer deshacerse de todos sus órganos.

— No sean así, él también es nuestra familia, hay que saber perdonar. — con un intento de compasión, Paulo habló calmadamente.

— Qué bueno es saber que todavía alguien conserva su comprensión y solidaridad intactas. — Lionel le dedicó una sonrisa a su hermano y este le miró agradecido. — Marquitos estaría encantado de que fueras vos quién lo reciba en la puerta.

Y todos se aguantaron la risa cuando la furia se apoderó del, comúnmente tranquilo, semblante de Paulo.

— Voy a poner la mesa. — se excusó, volviendo a cubrir su enojo con su típica sonrisa y pronto lo vieron desaparecer por la puerta del comedor.

— Bueno, yo digo que mandemos al abuelo, ya está viejo y si lo matan, nos da tiempo a correr. — Leandro rompió el silencio y como si lo estuvieran considerando, todos miraron al de mayor edad.

— No seas pelotudo, hijo. — reprochó Nicolás, dándole un trago a su lata de cerveza. — A tu abuelo no lo levantas de ese sillón ni con pala ancha, ¿Cómo pensás moverlo hasta la puerta?

Todos, a excepción del abuelo, soltaron escandalosas carcajadas y estuvieron de acuerdo con lo antes dicho.

Sin embargo, volvieron a sumirse en un profundo silencio cuando el timbre de la casa retumbó en sus oídos y se miraron con miedo.

Mamu se acercó al cuerpo de su marido y aferró sus manos al brazo del morocho, dirigiéndole una mirada cargada de repentino cariño.

Pero Nicolás no era ningún pelotudo y se alejó del agarre contrario con cara de pocos amigos. — No, gordo, es tu hermano, manéjate.

— Dale, loco, son re cagones todos. — Leandro rodó los ojos y lentamente se encaminó a la puerta de entrada, no obstante, una mano en su muñeca le detuvo el paso.

— Yo te acompaño por si las moscas. — Sergio dió pequeñas palmaditas en su hombro y tomó lo primero que sus ojos captaron como un buen arma.

— Sergio Leonel Agüero del Castillo, llegas a romperme mi buda innecesariamente y yo te juro que Enzo va a ser tu último hijo, ¿¡Me escuchaste!? — amenazó mamu, apuntándole con el dedo índice.

— Déjale el negro mugriento, mejor llévate esta. — Otamendi le arrebató el buda a su cuñado, reemplazándolo por una sartén.

No es como que le importara la escultura, de hecho, pensaba que era más fea que patada en los huevos. Pero tampoco quería aguantar a su marido rompiéndole las bolas todo el mes.

Rápidamente, Leandro apoyó su mano sobre el picaporte, atrás le seguían Sergio con la sartén y Emiliano, que había tomado el palo de la escoba como defensa personal.

Al abrir la puerta, ambos adultos apuntaron al exterior con sus armas improvisadas en espera de lo peor.

Sin embargo, un alegre Di María los miró confuso e indignado mientras en sus manos sostenía una botella de sidra y un pan dulce hecho por él mismo.

— ¡Los visito y así me reciben! — con el entrecejo fruncido, inició un drama que hubiera durado horas, de no ser por las luces de la patrulla que pronto se vieron pasar frente a la casa y en un rápido reflejo, Leandro lo empujó dentro del hogar y cerró la puerta.

Ángel iba a volver a quejarse, hasta que se giró y vió a toda la familia amontonada en un rincón, mirando a la puerta como si el mismo fin del mundo se acercara.

— Relajen las tetas, la puerta del frente no abre desde afuera. — Leandro intentó calmar el ambiente, sin embargo, un grito se escuchó del patio de atrás.

— Me parece que el tío Paulo ya lo recibió. — Rodrigo bromeó y todos temieron por su vida.

— La puta que lo parió, ¿Quién dejó la puerta de atrás abierta? — mamu se sostuvo el puente de la nariz con frustración y miró a todos los presentes.

— ¿Y la comida ya está? — preguntó Ángel, que todavía no entendía un cuerno de lo que pasaba.

Todos ignoraron eso y siguieron pensando en cuál sería su siguiente movimiento.
Pronto, el sonido de la cadena del inodoro resonó en toda la casa y Leandro miró hacia arriba con duda.

— ¿Quién está en el baño? — cuestionó en cuanto se dió cuenta de que todos los adultos permanecían en la sala.

— Alguno de los nenes será. — Emiliano le restó importancia y siguió con su misión de pasar el nivel en el candy crush.

— Los nenes están en el comed-

— ¡Feliz navidad, familia! Qué buen jabón tienen en el baño. — Marcos bajó las escaleras con una gran sonrisa, como si hace unos minutos no hubiera entrado por la ventana del baño.

Todos abrieron sus ojos como platos y se quedaron petrificados en su lugar.
Menos Di María que, más perdido que payaso en velorio, se acercó al recién llegado y lo saludó contento de verlo después de tanto tiempo.

— Che, todo bien, pero si vos estabas en el baño... entonces, ¿Por qué gritó el tío Paulo? — Rodrigo cuestionó luego de analizar toda la situación y sin más, todos corrieron al patio de atrás.

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