capítulo 2

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— ¿No podemos volver a casa? No me gusta acá. — el pequeño pelirrojo frunció el entrecejo y miró enfurruñado a su padre que sólo volteó hacia él con calma.

Ambos aguardaban dentro del auto, que permanecía estacionado a pocos pasos de la entrada al hogar donde pasarían la navidad. Sin embargo, ninguno parecía tomar la iniciativa de bajar.

— No, cielo, son nuestra familia y sin importar las diferencias que tengamos, es nuestro deber acompañarlos en estas fechas. — explicó Paulo mientras ordenaba tranquilamente el cabello de su único hijo.

El menor sólo abultó su labio inferior y tras asentir a las palabras de su padre, dejó un besito en su mejilla y bajaron del vehículo para caminar a la puerta de la casa.

El castaño acercó su puño hacia la puerta decidido a tocar esta, no obstante, una pequeña voz se escuchó al otro lado interrumpiendo su cometido.

— Contraseña. — dijo Lautaro, soltando una risita al observar la cara de confusión de su tío a través de la mirilla de la puerta.

— Hola, chiqui, ¿Nos abrís? — habló Paulo tranquilamente, intentando no perder la paciencia con su sobrino.

— ¿¡Vino Enzo!? — Julián miró con emoción hacia la puerta y corrió junto a esta ante la posibilidad de que su primo favorito hubiera llegado. — Lauti, correte.

Lautaro puso sus ojos en blanco cuando su hermano menor llegó para darle fin a su malvado plan de dejar afuera a sus familiares. Con un puchero bajó de la silla en la que estaba parado y abrió la puerta de entrada.

— ¡No es Enzo! — dramatizó el menor de todos, cruzando sus bracitos y mirando mal a los recién llegados. Él sólo quería jugar con su primo.

— Hola, Juli, ¿Cómo están? — Paulo sonrió en grande, como si su sobrino no acabara de matarlo con la mirada y tomó la mano de su hijo para ingresar en la casa.

— Papá está en la cocina. — Lautaro señaló el lugar mencionado y luego de cerrar la puerta de la entrada, tomó a su hermanito como una bolsa de papas para llevárselo escaleras arriba.

Julián sólo se dejó hacer por su hermano mayor, sacándole la lengua a su primo en el proceso.

Alexis observaba perplejo toda la situación sin comprender nada de lo que pasaba. Ir a la casa de sus tíos era toda una experiencia.

— Hola, gordo, ¿Hace mucho llegaron? — de repente apareció mamu, saliendo de la cocina con una gran sonrisa y un martillo en la mano.

— No, acabamos de llegar, los nenes nos recibieron. — habló de lo más casual Paulo, ahora mirando con algo de duda el instrumento en la mano de su hermano. — ¿Qué hacías con el martillo en la cocina?

— El pelotudo de Nicolás rompió el placard, ya viste como son estos pendejos de salvajes. — explicó mamu, haciendo ademanes con las manos y mostrándose cansado de la vida.

Y Alexis sólo pudo pensar que su tío se veía muy gracioso con su delantal de cocina rosado, haciendo tantos movimientos raros con las manos.

— Qué macana che. — Paulo habló intentado sonar indiferente, aunque en el fondo sólo podía maquinar posibles escenarios en los que era posible romper un placard como si nada. — ¿Y Emi todavía no vino?

— Dibu dijo que ya estaba viniendo, Lio seguro también venga en un rato.- respondió mamu haciéndole una seña de que lo siguiera hacia la cocina, donde aún preparaba la cena.

— ¿Sabés algo de papá? — cuestionó, mientras tomaba un cacho de pan que había sobre la mesada.

— Ayer lo llevaron a urgencias porque se le corrió la columna mientras se cortaba las uñas de la pata. — mamu dijo como si le chupara un huevo y siguió con su tarea de cortar tomate. — Igual viene, que no sea maricón, no vamos a pasar las fiestas en la guardia.

Paulo miró boquiabierto a su hermano y antes de que pudiera soltar una palabra, se escuchó un golpe en la puerta de entrada y muy poco después un montón de pasos por las escaleras.

— ¡Tengan cuidado, pedazos de mierdas! Se van a matar. — gritó mamu con todo el aliento que sus pulmones le permitieron, hasta le cambió la voz.

Pero Lautaro estaba más ocupado en llegar cuanto antes a la puerta y averiguar quién acababa de llegar.

— ¡Buenaaas! ¿Cómo va, familia? — Emiliano saludó anímicamente en cuanto la puerta fué abierta por su sobrino. — eee, campeón, ¿Cómo estás?

Pronto levantó el cuerpo de Lautaro en sus brazos y cerró la puerta detrás suyo.

— ¿Qué te hizo tu viejo en el pelo? Pareces un ananá. — bromeó el mayor, desordenando el cabello del castañito.

— ¿¡Yo!? El savandija se lo cortó solo en el jardín, me tiene podrido, me viven llamando. — mamu le habló desde la cocina y aunque no lo veía, sabía que estaba moviendo exageradamente las manos.

— Naaa, si le quedó re fachero. — dijo Dibu, haciendo reír a su sobrino. — ¿Lio todavía no llegó?

Y como si fuera obra del destino, pocos segundos después sonó el timbre de la casa y junto a ello un golpe seco en las escaleras.

— ¡Julián!

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